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No, en caliente no

3 de Marzo del 2022 - Marcelo Noboa Fiallo (Málaga)

Con demasiada frecuencia, por desgracia, somos testigos de violaciones y asesinatos de mujeres y niños que nos encogen el corazón y sin pensarlo dos veces nos ponemos del lado de los familiares, a quienes el sufrimiento y el duelo ahoga en un primer momento la rabia y el comprensible deseo de venganza.

En este contexto suelen aparecer políticos oportunistas, vinculados generalmente a la derecha y extrema derecha, que piden un Código Penal más duro que contemple la cadena perpetua e incluso la pena de muerte. Afortunadamente hasta la fecha somos mayoritarios los que levantamos la voz para decir: "No, en caliente no". No se puede legislar en caliente. No se puede legislar con los cadáveres sobre la mesa y con el luto de la sociedad presente. Ello nos emparentaría con el "ojo por ojo" de sociedades predemocráticas y, por desgracia, de alguna que blasonea de pedigrí democrático como es la estadounidense y mantiene, para vergüenza del mundo libre, la pena de muerte.

Esta consideración viene a cuento por lo conocido estos días en plena invasión y masacre de la Rusia de Putin al pueblo de Ucrania y la petición que el presidente ucraniano ha hecho formalmente a la UE para su ingreso inmediato a la misma. La UE está consiguiendo quitarse las telarañas y algunos corsés que le impiden la toma de decisiones en momentos en los que se necesitan respuestas rápidas y eficaces. Así lo está haciendo con el envío de armas para la defensa contra la agresión, el envío de material de socorro para la población y todas y cada una de las medidas para ahogar la economía rusa, que, al parecer, empiezan a dar resultados. Pero el inmediato ingreso de Ucrania en la UE sería un grave error. No, en caliente no.

En otro momento he señalado las debilidades de Europa como espacio de convivencia y de construcción social, entre los que se encontraba la presencia siempre incómoda de Gran Bretaña con un pie dentro y otro fuera, la burocracia exasperante de sus instituciones y, en especial, la precipitada ampliación del club en el año 2004.

El 1 de mayo de 2004 marcó un antes y un después en la construcción de la Unión Europea. La Europa de los Quince pasó a ser la Europa de los Veinticinco. Un paso tan arriesgado como ambicioso. De pronto a sus dirigentes les entraron las prisas por crecer, en lugar de cimentar y consolidar el proyecto unitario (por aquellos años ya Gran Bretaña era la "mosca cojonera" del proyecto europeo). Incorporar a países provenientes del antiguo bloque soviético se convirtió en una especie de "obligación moral" emanada del desmoronamiento de la Unión Soviética y de la necesidad de configurar el espacio geográfico europeo hasta las fronteras mismas de la nueva Rusia.

A los dirigentes de la Unión Europea les preocupaba más el proceso de adaptación económica e industrial de estos países y la obsesión por convertirse en la mayor área económica del mundo que una transformación de sus mentalidades. Setenta años de colectivismo, dependencia absoluta del Estado y ausencia de libertades impregnaron a tres generaciones. No era fácil la adaptación a las democracias liberales y sus instituciones pesaban demasiado, por lo que condicionaban su adaptación a las democracias liberales y a los valores que cimentaron la UE.

No se calibró en sus justos términos el tiempo que hacía falta para que los nuevos miembros pudieran participar en el proyecto común y compartir los valores que dieron sentido a la Europa que surgió de las cenizas de la barbarie. Los dirigentes políticos de Polonia, Hungría, Rumanía... no nacieron después de la caída del muro de Berlín, procedían de las élites burocráticas corruptas, cuyo referente fue la Rusia de Boris Yeltsin, y luego el nuevo "zar de las rusias", Vladimir Putin (conviene no olvidar que este personaje fue el jefe de la temible KGB soviética). Se parecen demasiado. Soportan la democracia formal porque no les queda más remedio, pero el autoritarismo es su seña de identidad. El Estado de Derecho se lo pasan por el arco del triunfo (ni siquiera disimulan).

Orbán (Hungría) y Kaczynski (Polonia) han aprobado leyes que posibilitan el despido de jueces críticos con las reformas y el nombramiento de jueces por el Ejecutivo. El Estado de Derecho, la independencia judicial y la libertad de prensa están seriamente amenazados en Polonia y Hungría desde hace mucho tiempo. El Parlamento polaco tramita un proyecto que castiga con penas de cárcel el impartir educación sexual a menores (Vox, en España, quiere lo mismo). Es una norma que se parece mucho a una ley rusa de 2012. La Eurocámara les recordaba que "la salud sexual es fundamental para la salud y el bienestar general de las personas, parejas y familias", así como el respeto y defensa de los derechos de las personas y colectivos LGTBi.

Chequia, Eslovaquia, Eslovenia y Estonia son democracias frágiles y no terminan de acabar con las estructuras corruptas y una concepción del poder en términos de fuerza; la medalla de oro se la lleva precisamente el país hoy invadido por Rusia, Ucrania.

Los gobiernos que se han sucedido en Ucrania desde que este país surgió de las cenizas de la Unión Soviética también procedían de las élites de las instituciones corruptas, por ello los ciudadanos ucranianos no creen en ellos. Los políticos tienen una valoración del 20% y Transparencia Internacional coloca a Ucrania en la esfera de los países más corruptos, junto con Rusia. Y la debilidad de los gobiernos e instituciones, con grupos neonazis (virus, por cierto, extendido en toda Europa), debilita la frágil democracia y resta credibilidad a sus instituciones. En estos momentos no están en condiciones de entrar en la UE. Cuando termine la guerra se deberán propiciar mecanismos de ayuda directa y establecer un calendario de reformas de sus instituciones, de su legislación, de la justicia, amén de las reformas económicas inevitables que aproximen su economía a la de los Veintisiete. Recordar que antes del ingreso de Polonia este país y su vecina Ucrania tenían el mismo PIB y sus economías eran intercambiables. Hoy, Polonia triplica en riqueza a Ucrania. De ahí que la ciudadanía observe con envidia a sus vecinos y clame por ser como ellos.

Si se agilizaran los trámites para su ingreso como mecanismo y argumento para acabar con la guerra (que está por ver), la UE, además de sus propios problemas internos, introduciría otro elemento desestabilizador, mayor que los que ya ejercen Polonia y Hungría. A Ucrania le queda mucho tiempo y mucho recorrido en su necesario proceso de adaptación a los Veintisiete. No cometamos otra vez el error de 2004. No, en caliente no.

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