Terminemos de una vez con las guerras
Dicen que los avances científicos y humanos coinciden con pérdidas inmensas tantas veces ocasionadas por la violencia y locura humanas. Conocí y recogí en mi casa a Ruslan, un chico ucraniano. Se había tirado, creo, en dirección opuesta a la salida del sol, desde un barco ruso. Apenas sobrevivió en las aguas del estrecho de Gibraltar durante unas siete horas. Pero logró, sin saber cómo, salvar su vida. Llegó pronto hasta Madrid. Estudió tercero y COU en el Emilia Pardo Bazán con nosotros. Paró poco en mi casa, pues no quería molestar. Todo lo hacía con educación, trabajo y respeto. No era católico, pero estaba muy agradecido al Papa Juan Pablo por su labor pacificadora.
Hace tiempo que lo perdí de vista. Espero que todo le vaya bien por Madrid. Se lo merece. Las puertas de mi familia -en Asturias o Madrid- las tendrá siempre abiertas. Ojalá muchos jóvenes tengan una historia tan respetable como la de este joven ucraniano.
Y ahora me entristece pensar en su familia y en su tierra natal. ¡Que las ilusiones e idioteces lleguen a estas confrontaciones! A veces nuestras idioteces no tienen igual. Que llegue de una vez un silencioso viento de paz a esos hermosos países que porte el respeto a la vida humana. Allí tiene que haber también lugares para cabezas tan bien sentadas y nobles como la de Ruslan. Con el mayor deseo de paz para esos países y para el buen Ruslan.
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