Con mi paz y con mi guerra
Estos días ando raro, uno de mis otros yos me dice que es normal por todo lo que está pasando. Mientras todavía andamos sin atrevernos a la sonrisa sin mascarilla, un animal humano se ha quitado la máscara y nos ha robado la escasa confianza de seguridad que teníamos en este mundo. Camino cojo, llevo esperando una radiografía desde enero, pero me he propuesto andar en paz. Mientras espero a dos de mis nietas a la salida del colegio, pasa una mujer musulmana con niños, le digo: “Parece que hoy salen más tarde, ¿verdad?”. Ahí se queda la cosa, o la paz, no hay respuesta; pero llega el premio por intentarlo, hoy se quedan a comer las niñas con el abuelo y la superabuela.
Las dejo en casa y aparco en tan solo veinte minutos. No me puedo quejar, pero... respiro el ataque con cianuro de los siete fumadores que se me cruzan sin respiro. No, no, hoy no me van a provocar, estoy en paz. Por la acera de enfrente observo a una joven estudiante tratando de zafarse de otro joven encapuchado que le pone todas las manos encima sin permiso, la joven no puede con él, me están rebasando porque voy cojo. Me planto y lanzo un grito atronador como un misil de cincuenta mil vatios. “¡¡Déjala en paz!!”. La calle se queda en silencio por un momento, los jóvenes han quedado petrificados y vuelven su mirada hacia mí, creo que ven una guerra que no han visto nunca, desaparecen.
Yo me quedo haciendo la guerra conmigo mismo; pienso en que, si fuera el padre o el abuelo de la chica, debería poder suponer que alguien la defendiera, pero lo dudo, el mundo anda en su móvil, el de los mensajes y el propio. Entro en el portal, allí esperaré un momento para apaciguarme y aparecer tranquilo en casa, pero... mi querido vecino Miguel, el ángel de la comunidad, me dice que, aun con nuestra oposición, la comunidad va a emprender acciones contra un vecino que vive solo, no tiene trabajo y acumula una deuda por los gastos. Sin poderlo sujetar, uno de los otros yos pide guerra, el yo de la paz... anda cojo.
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