La paz es el camino
Desde hace días vivimos de cerca las consecuencias de una guerra injusta e inútil, como todas. El ataque de Rusia a Ucrania ha acaparado la atención de Europa y del mundo. Pero, tristemente, no es el único. Otros muchos escenarios llevan años sufriendo las consecuencias de este sinsentido. La organización internacional Crisis Group habla de conflictos abiertos en Etiopía, Afganistán, Israel-Palestina, Yemen, Irán contra el Estado de Israel y Haití, y, desde que en 2017 el Estado Islámico perdiera su califato en Oriente Medio, se han disparado en África revueltas vinculadas a este grupo y a Al Qaeda.
Además, en estas últimas semanas —por no ir muy lejos—, varios casos de violencia nos han hecho temblar, como el del menor de 15 años de Elche que asesina a su familia ante el castigo merecido de su madre por sus malas notas. Ni qué decir tiene la violencia de género o, en otro orden, las guerras declaradas dentro de las mismas familias políticas, de las que también andamos sobrados de ejemplos. ¿Qué nos está pasando?
No pretendo hacer un análisis político. No me interesa, porque conduciría a bien poco. Quiero hacer una breve reflexión a nivel personal, para también, a nivel personal, mirando cada quien su corazón, procuremos ser instrumentos de paz, como reza la Bendición de San Francisco, Il Poverello d’Assisi, apodado así por sus paisanos.
Detrás de quien se empeña en una guerra —del tipo que sea, a veces con el vecino— y no atiende a razones ni negociaciones hay un “ego” mayúsculo, como el del sapo de la fábula que se hincha hasta reventar. ¡Qué importante es la humildad! ¡Qué necesario es conocer nuestros límites y rectificar cuando sea necesario! El orgullo ciega, embota la mirada, llegando a distorsionar la realidad cuando esta no encaja en su visión narcisista. El soberbio, al divisar la vida desde la atalaya de su yo, desprecia a los demás, desecha las opiniones ajenas, procurando tener alrededor un grupo de palmeros que coreen sus ideas, por absurdas, dispares o malintencionadas que sean.
Sumario: La importancia de las buenas acciones
Destacado: En este 2022, miremos lejos o cerca, en los gobiernos o en la propia casa, en Moscú o en Asturias, hay mucho que cambiar, que mejorar
Además, el mal de la violencia y de la guerra siempre comienza cuando aparece la codicia, el amor desmedido al dinero y al poder, convirtiéndose este en hegemónico y tiránico. Codicia que normalmente va de la mano de la envidia, y ambas, como dos semillas que echan fuertes raíces —difíciles de arrancar—, invaden el terreno allí por donde pasan.
“No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”, afirmaba Gandhi, caminante incansable de esta senda. Y ese camino no se emprende en los hemiciclos o en los grandilocuentes discursos de Naciones Unidas. Esa ruta arranca cada día, sembrando de pequeñas acciones nuestro entorno habitual. Acciones de amor y no de odio, de perdón y no de rencor, acciones comprensivas, inclusivas, amables y a la vez fuertes, sinceras, honestas, para no caer en un buenismo que nada tienen que ver con la paz y la tolerancia.
Asimismo, para emprender este camino, es necesaria la educación no solo en los colegios celebrando el Día de la Paz, que a fin de cuentas es un símbolo que no conduce a mucho, sino en la familia, inculcando estas actitudes desde la cuna, con el ejemplo de los padres, que es el “mejor predicador”, como recomienda con acierto la sabiduría popular.
Pablo de Tarso escribe desde Corinto a los romanos de los años 55-57 de nuestra era y les exhorta de manera concisa, pero concreta: “Vence el mal con el bien”. En este 2022 que acabamos casi de estrenar, miremos lejos o cerca, en los gobiernos o en la propia casa, en Moscú o en Asturias, hay mucho que cambiar, que mejorar. Venzamos el mal con el bien, sembremos buenas acciones a nuestro alrededor. El que siembra recoge. De este modo, iremos cambiando este mundo que deja tanto que desear.
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