Desempleados, que no parados
Formo parte de esos casi cinco millones de desempleados (desempleados, o sea, sin empleo, que no es lo mismo que parados –no sé si se percibe la diferencia–) y empiezo a estar un poco harta de que nos traten como bichos. Somos personas y detrás de cada uno hay una historia (si no varias). Estoy harta de que nos traten como borreguitos y últimamente ya como «conejillos de indias de la UE» (¡eso sí que fue muy fuerte!).
Que yo no tenga empleo no quiere decir que esté a disposición de cualquiera, es decir, de cualquier «inteligente» que se «inventa» cursos de «supuesta formación» que para lo único que sirven es para engordar las cuentas de centros de estudios (?), formativos (?), academias (?), etcétera, de todo tipo que, últimamente, proliferan como los mosquitos en verano. Mi tiempo también vale dinero y no admito que para hacer la cama de un hotel (por decir algo) y fregar un váter (por decir algo), nadie se tenga que tragar 315 horas de curso, o que para responder a un teléfono (por decir algo) se planten 400, o para almacenaje (por decir algo), 250, o para quitar unas arrugas a una foto (por decir algo), 200, o... Todos los trabajos precisan de un mínimo de preparación y, sobre todo, de respeto, pero ¡por favor, no nos tomen el pelo!
¿Se imaginan ustedes que dijeran a sus madres (esas maravillosas mujeres de setentaitantos, ochentaitantos años) que para hacer una tortilla de patata necesitan un curso de formación de 70 horas (más o menos 140 tortillas)...? Seguro que se escacharran de la risa. Yo quiero aprender a hacer una tortilla de patata, no necesito saber, aunque alguno se empeñe, cómo se cosechan 100 toneladas de patatas. Pues esto es algo parecido, sólo que, a mí, en lugar de darme la risa, me pone de muy mala leche. Porque quien desprecia mi tiempo y el valor del mismo me está despreciando a mí, y eso no lo consiento, ningún desempleado lo debería consentir.
Pero no sólo existen esos «supuestos cursos de formación» que vienen por parte del Inem, también proliferan como gusanos todo tipo de másters, cursos de especialización en miles de materias por parte de otros sectores (?) con «supuestos» acuerdos con no sé qué universidades de no sé dónde, que dan no sé qué títulos «oficiales», etcétera, etcétera. ¿No me creen? A mí me llegan por mi e-mail, todos los días, media docena de ofertas de este tipo. Lo que sí se sabe fijo, pero fijo, fijo, fijo, es que cuestan un riñón y parte del otro y que hay muchas familias pasándolas canutas para pagar esos «estudios» a sus hijos «desempleados», y muchos desempleados gastando nuestros últimos ahorros para conseguir un título más con el que engordar nuestro currículum y lograr (¡por fin!) ese trabajo tan deseado, y muchos... ¡En fin! Que la crisis y los cinco millones de desempleados son el combustile con el que se están nutriendo muchos... ¿chupones?
¿A ver si, al final, va a tener razón ese señor que dice que los desempleados de este país estamos generando riqueza? ¡Vaya, resulta que voy a acabar sintiéndome orgullosa de no tener trabajo! ¡Soy una gran afortunada! ¡Parece que ya me siento mejor! ¡Optimismo ante todo! (es primordial para encontrar trabajo, ya lo saben).
Señores, que tengan un buen día. Yo llevo mucho tiempo de muy mala leche y creo que somos cinco millones de personas sintiendo más o menos lo mismo.
Juana María García Iglesias
Sama de Langreo
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