Es indispensable cambiar de dinámica
La actitud ofensiva de los empresarios, a la que se suma las medidas gubernamentales a medias tintas, deja claro a la clase trabajadora el futuro que le espera. La burguesía española tiene motivos para estar satisfecha con los dos años de Gobierno de coalición de Pedro Sánchez. Estos están marcados por el fortalecimiento ininterrumpido y considerable de las empresas del Ibex-35 y el enriquecimiento de la gran burguesía.
El Gobierno ha sabido utilizar la pandemia para crear un sentimiento de unidad nacional en torno a él. Abrió ampliamente las arcas del Estado para asumir las “pérdidas”, principalmente de las grandes empresas del Ibex-35, no solo encargándose de los salarios de los trabajadores que acabaron en ERTE, sino también en ayudas directas y millonarias.
Apenas salidos de la sexta ola, la guerra en Ucrania viene a propósito para seguir apelando a la unidad nacional. Pedro Sánchez ya anunció que –“vienen tiempos duros. La guerra de Putin va a hacerlo todo más duro y difícil y sin duda va a tener impacto en los precios [...] salir de esta crisis que ha provocado Putin no va a ser fácil, no va a ser de manera inmediata”- habrá que hacer esfuerzos en materia salarial. De hecho, la convocatoria a sindicatos y patronal no tardó.
Está claro para la clase trabajadora que un contraataque de envergadura mediante la lucha colectiva es una necesidad, incluso yo diría vital. Hay quienes pretenden que la clase trabajadora teme las represalias por parte de la patronal en caso de conflicto social, generando así una parálisis en términos de lucha. Que estamos en un periodo de reflujo en la conciencia de clase no cabe duda; esto dicho, el cómputo de horas de huelga en 2021 hasta el mes de septiembre superó los 17 millones, un 75,4% más que el año anterior.
Es verdad que en la mayoría de los casos han sido huelgas defensivas; no obstante, el miedo frente a la represión, no solo patronal sino también por parte del Estado, no es nuevo y no parece haber afectado a las centenas de miles de trabajadores que han participado a la huelga. Otra cosa que tampoco es nueva y que probablemente tenga mucha influencia en el estado de ánimo de la clase trabajadora es la falta de perspectivas. Una vez iniciadas las huelgas o movilizaciones, lo más urgente por parte de los sindicatos o partidos presentes en las instituciones es pararlas. Bien sea dejándolas pudrir o firmando acuerdos que cuatro días más tarde son papel mojado.
¿Es temor o asqueo? Las falsas esperanzas e ilusiones creadas por las elecciones, ¿también son debidas al temor de la clase trabajadora frente a la patronal? Quizá los incumplimientos y los sapos tragados por parte de aquellos que pretendían y pretenden cambiar la suerte de millones de personas pertenecientes a las clases populares sí tengan alguna responsabilidad en la falta de combatividad provocada por la decepción.
Por muy “históricas” que sean las medidas tomadas por el Gobierno, por mucho “escudo social” y por muchos “nuevos derechos”, los hechos desmienten el canto de sirenas. La subida brutal de los precios precipita en el abismo el poder adquisitivo de nuestros salarios o pensiones. De los casi 3.000 convenios firmados el pasado año, menos de un sexto de ellos -un poco más de un millón de asalariados afectados- estipulaban una garantía salarial. Sin hablar de los casi 10 millones de personas marginadas, bien sea porque se sitúan bajo el umbral de la pobreza o porque ganan menos del salario mínimo.
Desindustrialización, dictadura económica de la patronal, paro, precariedad y pobreza: los partidos políticos, sean del color que sean, no pueden con el desastre que genera el sistema que ellos defienden. Se trata de una impotencia social, fruto de un Estado al servicio exclusivo de una clase y de un sistema cada día más avaricioso. También es posible que esto contribuya al reflujo de la conciencia de clase.
A medida que se acentúa la degradación de la clase trabajadora, la extrema derecha se fortalece. Mientras la clase trabajadora se quede quieta, serán otras capas sociales las que se moverán (autónomos, pequeños comerciantes, artesanos), y cuanta mayor amplitud tengan esas movilizaciones más posibilidades tendrá la extrema derecha, mediante una demagogia sin parangón, de ampliar su clientela electoral, por el momento; quizá sus cuerpos francos más tarde.
Solo la fuerza de la clase trabajadora movilizada y decidida podrá arrastrar a la pequeña burguesía en su combate contra el capitalismo. Probablemente el tiempo de las “victorias electorales”, de las medidas “históricas”, tan fugaces y decepcionantes las unas como las otras, haya pasado. No vinculemos nuestro estado de ánimo a esas peripecias, y con más razón teniendo una guerra a la puerta de casa; más efectivo sería intentar arrebatar el poder a la burguesía.
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