Tapia cultural
Desde el alto de «A Guardia» atisbas «A Atalaya», otro mirador antaño concurrido, en momentos ocio, lugar de tertulias, de pescadores, porque marineras eran las gentes que poblaban el vecindario de este barrio; en otros tiempos su situación permitía ver los «saltios, xarabales, trolleras» de especies según la época, para, acto seguido, según los casos, darse cita, saliendo a su captura. Desde entonces a hoy ya llovió.
Luego vino el urbanismo municipal sin sentido y transgresor, permitiendo la colocación de los bloques de hormigón sepultando uno de los paisajes más emblemáticos y típicos enclavados en el entorno. Hechos que lo condenan al índice de lo irrecuperable –bodrios urbanísticos en este municipio han sido una constante, hasta convertirlo en atentado contra el buen gusto que perdurará en el tiempo como ejemplo de lo que no se debe hacer por el bien y el progreso de un municipio–. El espacio que desde A Guardia se contemplaba sin obstáculos a ambos lados de «A Concha», campo y ermita de San Pedro y San Sebastián, desde este mismo entorno la parte opuesta, dársena del puerto incluida, dejó de existir, a la vista del observador. Pero este sentimiento, la nostalgia por la pérdida de algo querido, nos degrada a simples idólatras de lo horrible. Sin movernos de aquí contemplamos el edificio del Museo Etnográfico. He aquí cómo paulatinamente y con denodado tesón se va urdiendo este tejido cultural.
Desde este mismo altozano aparece con todo su esplendor esta construcción destinada a albergar las reliquias en forma utensilios que en su crecer paulatino harán las delicias a los visitantes. Con vistas incomparables desde sus tres plantas, bañado por el mar a los pies del acantilado contemplado desde su patio trasero le dan al conjunto un toque especial; una delicia.
Sería la conclusión de una promesa que engrosaba el túmulo de lo que podría haber sido, y como tantas otras se ha quedado en eso.
Detalle por la preocupación de proteger el patrimonio público, como legado de aquellos destinados enriquecerlo, ponerlo en valor, incrementarlo.
Otra finalidad sería el hotel de empresas (vivero). ¿Por qué no unos espacios para las organizaciones sociales, de la que falta la primera?
El Museo Etnográfico ha sido una sabia decisión de los dirigentes, que como nadie saben llevarnos por el camino recto, salvando las vicisitudes del destino, siempre intentando desorientarlos de esa luz de la que están dotados. No lo consiguen.
Estamos en los tiempos en que los programas serán un vulgar folletín exento de verdades y seriedad.
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