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Fortalezas y amenazas del mundo virtual

17 de Abril del 2022 - Carmen González Casal

La inmersión en el océano digital se impone y no tiene marcha atrás. Hace muy poco escuchaba en un podcast que blockchain, criptomonedas, inteligencia artificial, son términos del presente. O te sumerges en esas aguas —a veces gélidas que dan miedo a unos y pereza a otros—, o te quedas fuera de juego.

Sin embargo, no todo tiene que ser virtual. El mundo del metaverso al que vamos abocados, donde los humanos interactúan social y económicamente como avatares en un ciberespacio, me lo imagino helador y distante. Necesitamos vernos las caras, intercambiar miradas, sentir un apretón de manos, notar una palmada de ánimo en el hombro, encontrarnos paseando en un intercambio frente a frente, de corazón a corazón, y si es con una caña por medio, mejor. Los gestos de hartazgo o de aburrimiento son importantes. Los ojos que se aguan o la voz que tiembla dicen más que interminables chats. Ese tú a tú es el mejor escenario de la empatía, de esa capacidad de ponernos en la piel del que tenemos enfrente, sin juzgar, con respeto, generando esa oxitocina de la que tanto habla la psiquiatra Marian Rojas, quien también llega a decir que las redes sociales son “el drama de la empatía del siglo XXI”, porque, aunque tengamos muchos amigos o seguidores, la mayoría son impersonales y da igual lo que se diga y cómo se diga, esgrimiendo con frecuencia discursos ofensivos, incluso violentos. Podríamos decir que la tecnología favorece la “emancipación de la realidad” acercándonos a los que están lejos —algo muy bueno—, pero distanciándonos de los que tenemos cerca.

Sumario: Cómo afrontar la inmersión en el océano digital

Destacado: Hay que cultivar esa interioridad a través de la buena lectura, la poesía, la contemplación del arte y la reflexión personal, además del contacto con la naturaleza, saber mirarla y disfrutar de lo que nos regala

Además, la interacción en tantas redes al mismo tiempo, la inmediatez de ese golpe de clic, nos sumerge en otras aguas, refrescantes a veces, pero también peligrosas. Son las aguas de la infobesidad y la multitarea, en la que no se tiene otra mirada que la que dictatorialmente nos impone la pantalla del móvil o de ordenador. Da igual donde estemos o lo que hagamos. Al final de una reunión o una comida, familiar o de trabajo, incluso en plena conversación con una persona, la interacción de los dos pulgares y la cabeza enfocada en la pantalla, sin atender a más razones, se acaba imponiendo con tal fuerza que se esfuma la atención, ese “músculo” de la mente que nos lleva a manifestar interés por lo que acontece en el presente. También peligra la capacidad de concentración y, por tanto, de ese “eterno secreto de todo logro humano”, en palabras del escritor Stefan Zweig. Porque el vínculo entre atención, concentración y excelencia está detrás de nuestros logros y lo necesitamos en el estudio, en el trabajo, en la vida profesional, en la relación con nuestros iguales.

En consecuencia, tenemos que aprovechar todas las fortalezas del mundo virtual, pero hacer frente a sus amenazas cambiando ciertos hábitos. Por ejemplo, decir que no al móvil cuando estemos con la familia o los amigos, eligiendo la no-inmediatez, la espera que con frecuencia se impone, o la soledad que a veces nos acompaña. Una persona que vive hacia afuera, dominada por la curiosidad, que no quiere perderse nada, que tiene que responder inmediatamente a todo, pierde interioridad y se desliza hacia una ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, disipados, agresivos, impulsivos y consumistas desenfrenados.

Asimismo, existen otros antídotos para sumergirnos con éxito en esta sociedad virtual que se impone. En primer lugar, cultivar esa interioridad a través de la buena lectura, la poesía, la contemplación del arte y la reflexión personal. Además, el contacto con la naturaleza, saber mirarla y disfrutar de lo que nos regala (sin necesidad de acudir siempre a la foto o al selfi, que nos distrae de su auténtica belleza), es otro medio eficaz al alcance de cualquiera, sobre todo aquí en Asturias. Finalmente, animo —y me animo— a recuperar el arte de la conversación, porque si, como consecuencia de lo anterior, tenemos un mundo interior sustancioso, el diálogo siempre será enriquecedor y apasionante.

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