A mi amigo Germán Casanueva
Adiós, Germán. Me has dejado un tremendo vacío con tu marcha. Llevo unos días muy duros evocando nuestra amistad. Cómo recuerdo aquel primer curso de Químicas en 1990, cuando la casualidad nos agrupó en las prácticas de Biología a ti, a Diego y a mí. Qué amistad más bonita forjamos. Qué amigos nos hicimos. Qué fuerte e incondicional es el vínculo de amistad de tres críos de 18 años con toda la vida por delante.
Y qué es la vida sino una singladura por un mar emocional pocas veces apacible, casi siempre agitado y a veces vapuleado por tormentas terribles. Menos mal que tenemos a los amigos, que son como esas estrellas que aparecen entre las nubes, y cuya luz nos ayuda a encontrar nuestro camino, nos da fuerza y seguridad, porque, pase lo que pase, siempre está ahí arriba, con nosotros.
El viernes pasado se apagó tu luz, me quedo sin una de mis estrellas más brillantes, vacío, triste, temeroso, pero eso es secundario. Mi mayor tristeza es que mi luz no te haya servido para seguir luchando en la tormenta de la vida. Perdóname.
Me quedo con tus palabras de nuestro último reencuentro dos tras dos décadas sin vernos. Me dijiste "te quiero", no hay una síntesis mejor de la verdadera amistad. Yo también te quiero, Germán.
Espero que ahora estés en algún mar de aguas cristalinas y tranquilas. Espérame. Pasaremos juntos parte de nuestra eternidad.
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