¡Viva Cartagena!
El actor que, en Cartagena, al olvidársele la frase que debía recitar se salió con un «¡Viva Cartagena»!, y que, además, fue gratificado con el aplauso de sus espectadores inició un comportamiento que, para nuestra desgracia, hace escuela en muchos de nuestros políticos.
Cuando no hay nada que decir, o lo que se debe decir es un diagnóstico certero, pero desagradable, se sale con un ¡Viva Cartagena! (léase nosotros los españoles, vascos, catalanes, gallegos, asturianos, andaluces, etcétera, somos cojonudos, o somos víctimas de los «otros» o nuestros enemigos son los «otros», o fueron los «otros» los culpables que aún perviven, o hay que acabar con los «otros». Todo un largo etcétera que siempre pretende halagar y calentar a la «tribu» cartagenera).
Lo malo es que al de la «tribu», al «tribal» (que somos muchos), eso le halaga y justifica hasta el punto de olvidar, o pasar a muy segundo término, el que le estén dando gato por liebre.
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