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Felicidad es serenidad

18 de Abril del 2022 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

Hacer por escribir una “reflexión interesante” en un mundo anegado de palabrería fungible, de tráfico masivo e imágenes hegemónicas que configuran el escenario social es ya tarea de cierta envergadura. Vivimos impregnados de individualismo legítimo, pero este no deja de ser fabricado en serie; la flexibilidad hace tiempo que ya ha arramblado con lazos tradicionales y familiares arraigados, y se proclama que el único sentido de la vida vivida es la felicidad algo exhibicionista, siendo ansiedad y depresión males rampantes de nuestro tiempo. Que las libertades individuales crezcan y estén garantizadas, protegidas y reforzadas por todo tipo de medios legales y prácticas nos llena de alegría, la tolerancia nos aleja de una sociedad de “policía de costumbres ajenas”, totalitariamente antipática y peligrosa para el cacareado y archiconstitucional “libre desarrollo de la personalidad”. Pero también se orilla y margina cruel y despiadadamente el lado duro de la vida: la soledad, la enfermedad y la muerte, que se ocultan en una sociedad de individuos “smiley”, de gafas de sol último modelo, que succionan con pajita una lata de Coca-Cola “light”, tiesta febril coronada por unos cascos de música cutre. Las individualidades son el producto más granado de la humanidad, en la que tenemos grandes personajes señeros en todos los campos. Desde un Buda o Jesucristo, a un Cervantes, Wilde, Mozart, Pasteur, Newton, Picasso o Bill Gates. Pero también el individualismo es desafección, retraimiento total en vidas privadas cerradas a los demás, egoísmo del malo y fuente de culpa si no se alcanzan los objetivos de una sociedad volcada en el “pensamiento positivo de la autoayuda”, el “coaching” y la superación de la insatisfacción en clave de la expresión individual psicoterapéutica (consecuencia de la asunción social de los movimientos contraculturales de los años 60 jipis y el Mayo 68 francés).

Prima la libertad como desahogo compulsivo y adictivo, como ímpetu desaforado de ungulado; patente libertinaje de coca o excesos relativos a la autoimagen. Se está dando el alargamiento de la adolescencia hasta los 40 años, el distanciamiento de la inmensa mayoría del rebaño de toda participación política vinculante y transformadora, la muerte de toda trascendencia un poco sacrificada (que, por lo tanto, acepta el dolor como parte de la vida, sin ser masoquistas) y el debilitamiento de la voluntad en aras del entretenimiento y la diversión aseguradas las 24 horas del día. En cualquier recinto de enseñanza, muchos profesores, además de ser serios profesionales educativos, son psicólogos, monitores socioculturales, expertos avezados en la resolución de conflictos, hombres y mujeres-orquesta, padres, curas laicos y domadores de circo que tienen que “entretener y deleitar” a un auditorio acneico, tiernamente pasmado y bostezante. Es la sociedad del “crepúsculo del deber”, del capricho y las familias muchas veces desestructuradas, de la exigencia ambivalente de ser “fuertes” y a la vez aparecer como felices de anuncio, expulsando a ancianos (carentes de todo poder venerable simbólico) y “perdedores” en un escenario que precisa siempre de protocolos de humanización y actitudes positivas proactivas.

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