A la madre en su día
“La maternidad” es una escultura voluminosa que hay en Oviedo, pero hoy no hablo de ella, sino de “la madre”, mujer valerosa y grande. Es seno laborioso y estuche seguro de una vida intocable que comienza. Y es más tarde sonrisa que aplaude, mano que levanta y caricia nocturna que ahuyenta pesadillas. La honro y felicito en su día.
San Juan Pablo II, en un poema juvenil, recordaba a su madre difunta “como una voz que cantaba más allá, en la otra habitación; y fue, después, el silencio”. Y continuaba: “Sobre tu blanca sepultura florecen flores de vida”. Su influjo perdura.
Y un escritor tituló un libro suyo sencillamente así: “Una madre”; en él, claro, dice muchas cosas buenas de ella. Y en posterior entrevista comentó con pasión: “La madre es el refugio al que siempre se vuelve, la brújula que marca la dirección a seguir, es un hito fundamental, el faro que da luz donde los demás parecen no llegar”.
Destacado: La madre es pura disponibilidad, ni cansa ni se cansa porque anda en finura de amor
En una tarjeta, ya amarillenta, habían dibujado un corazón con una cruz en medio. Buen retrato de una madre, que es amor sacrificado porque, siendo primera, se hace última. Y, al lado del dibujo, este merecido texto: “La madre es la mujer fuerte y buena que confía en Dios y Él la sostiene; se estremece ante el vagido de un niño, pero sabe defenderlo con la bravura de un león. Guarda memoria a sus muertos y gasta en los vivos su tiempo. Sirve, consuela y oculta sus penas; viste la soledad y el dolor de plegaria. La gloria eterna le espera”.
La madre, en efecto, es pura disponibilidad. Ni cansa ni se cansa porque anda en finura de amor. Lo expresan muy bien estos versos rebosantes de admiración: “No existe en este mundo llama más pura, amor más verdadero, ni más ternura, que el amor que la madre concibe un día por el hijo adorado que Dios le envía”.
Se le preguntó a una madre: “¿A cuál de tus hijos quieres más?”. Y contestó: “Al enfermo hasta que se cure, al ausente hasta que vuelva, al pequeño hasta que crezca y a todos ellos hasta que me muera”. Por eso merece reconocimiento. Una hija se lo manifiesta así en una canción que dice: “Dos coronas para ti, aunque es muy poco, recordando los momentos que tú me arrullaste a mí”.
Preguntaban a una sonriente madre si su marido e hijos la hacían feliz. Ella, estando presentes los suyos, contestó: “No”. Todos se extrañaron, y continuó: “No me hacen feliz; soy feliz”. No obstante, bien ganado tiene que los suyos intenten hacerla más feliz cada día con su cariño, respeto y ayuda. Sería el mejor regalo.
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