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Calvario en el HUCA y humanidad en el Monte Naranco

4 de Mayo del 2022 - Mariola Barbón González (Pola de Laviana)

Soy una niña de 12 años que de mayor quiere ser doctora; lamentablemente también he padecido el trato inhumano del hospital, pues por mi diabetes y otras enfermedades he estado ingresada en el HUCA, al principio el trato era amable, pero al observar que no mejoraba, la atención cambió: me decían que vomitaba porque quería y me amenazaban. Lo cierto es que lo que más me atemorizó fue cuando un médico se acercó y en voz baja me dijo: "Tú lo que deseas es morirte pegada a una vía, pues sigue así, ya verás cómo te sacamos muerta, pero primero te encerraremos con los locos y no te podrá visitar nadie". Al final me descubrieron una bacteria y me dieron el alta con un tratamiento. Me pusieron la segunda vacuna sin permiso. Mis padres se llevaron un gran disgusto porque nadie les había informado y hacía poco que ya me la habían inyectado en un centro fuera de Asturias donde mi madre recibe tratamiento por un sarcoma.

Al poco tiempo se puso muy enferma mi abuela, sentía dolores muy fuertes y le resultaba imposible caminar, pues padecía cáncer con metástasis de huesos. Mi madre llamó a urgencias y cuando un equipo la llevó les dije: "Por favor, tengan cuidado con mi abuela, no puede caminar". Mi madre les insistió en acompañarla, pero dijeron: "Dadas las condiciones de coronavirus, ahora no se puede".

Llamamos reiteradas veces y nada nos decían, más o menos nos llamaron pesadas. A las tres de la mañana nos llamaron y nos dijeron que la iban a aislar, pues no sabían si tenía el virus o no, pero que la subían a planta. Al día siguiente era llamar y llamar y aunque en centralita casi siempre nos cogían el teléfono, en planta no recibíamos respuesta, pues como estaba aislada no teníamos derecho, nos decían que a las doce un médico nos llamaría y nos informaría, pero los fines de semana no. Por suerte, tres días después una doctora muy amable nos dijo que era positiva y que había sufrido una caída brutal en urgencias, que no nos sorprendiésemos de las heridas y los hematomas si le llegaban a dar el alta.

Una semana después, trasladan a mi abuela al Hospital Monte Naranco. A partir de entonces todo cambió, si bien es cierto que seguía con el coronavirus, al menos nos permitían verla por videoconferencia cada día. Al poco tiempo la pasaron a la unidad de paliativos, donde estuvo perfectamente atendida y siempre acompañada; desgraciadamente murió de cáncer a finales de marzo.

Quisiera agradecer la labor humanitaria que realizan todos los profesionales de la planta primera del Hospital Monte Naranco con sus pacientes. Hablo por mi propia experiencia.

Gracias a la doctora Laura Gómez, que cariñosamente me permitió visitar y acompañar a diario a mi querida abuela; gracias al doctor Francisco Jiménez, que nos explicó de manera clara los graves problemas de metástasis que padecía mi abuela y que no escatimó su tiempo para realizar un exhaustivo estudio de sus dolencias; asimismo, agradecer al doctor Gabriel Redondo la paciencia y simpatía de la que hizo gala a diario, con sus amables palabras, pues siempre la reconfortaba y animaba. También agradecer al sacerdote D. Salvador, que la visitó y la auxilió. Han sido múltiples detalles por parte de todo el personal que la atendió: acercarse con cariño y con palabras de humor, ni una sola protesta, ni una sola palabra desagradable, ni un solo gesto de disgusto, pese a ser requeridas las enfermeras, las auxiliares y todo el personal de manera insistente. Ha sido emocionante constatar tanta dedicación, profesionalidad y humanidad. Recuerdo las palabras de mi tío abuelo que decía: "Cuando la medicina ya no puede hacer más, la labor del médico debe continuar reconfortando al enfermo y a sus familiares". En efecto, el código ético ha sido impecablemente cumplido en el Hospital Monte Naranco, por eso les felicito. Si llego a ser doctora o enfermera yo también trataré a cada uno de mis pacientes con profesionalidad, cariño y sensibilidad.

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