Bajo la higuera

17 de Octubre del 2010 - Belén Yuste (Tapia de Casariego)

¡Qué felicidad volver a Tapia! Realmente hay lugares que conmueven por su inigualable belleza, auténticas obras de arte labradas por la naturaleza o cinceladas por la mente y la mano del hombre. Pero, otros, muchas veces anónimos y recónditos, impactan nuestro corazón de diferente modo, provocan sensaciones vinculadas a momentos felices y parecen traernos, cada vez que volvemos, la esencia de buenas vivencias.

Gracias a Dios he recorrido medio mundo. He desayunado en el mítico «Queen Mary», anclado en Long Beach, tras una ser invitada a una boda de ensueño en Los Ángeles; he contemplado salir y ponerse el sol surcando el Nilo sobre la cubierta de un lujoso crucero; he atravesado, montada en mula y con mi pelo cubierto por un maravilloso velo jordano, el Sikh que conduce a ese milagro de piedra que es el tesoro de Petra….Más de una vez he tirado mi moneda en el agua verde esmeralda de la Fontana de Trevi…Y hace tan sólo unos meses que los recios muros del famoso hotel Bauer de Venecia han cobijado uno de los mejores viajes de mi vida…

A lo largo de los años muchos lugares han dejado huella en mí. Sin embargo, es Tapia de Casariego, mi querido Tapia, el puerto asturiano adonde siempre retorna mi nave, donde mi alma y mi cuerpo reparan heridas y se nutren cada año. Para mí nada es comparable a la sensación de sosiego, de paz, que me produce el reencuentro cada verano con mi cita favorita: mi casa del puerto. Y cómo olvidar la cena bajo la higuera de La Terraza, el remodelado lugar de mi infancia que, año tras año, me trasporta al ayer más querido, al presente agradecido y al futuro por venir. Bajo su copa me siento feliz y segura, consciente de mi pasado y confiada en el futuro que ha de venir. Siento que su sombra ha cobijado generaciones de mi familia, amigos que se fueron para no volver, querencias que viven, como dice la canción de Alberto Cortez, en un rincón del alma… Un rincón en el que sopla la brisa y el aroma fresco de la higuera cada vez que me cobijo bajo su copa otro verano. Sus hojas caducas se las llevó el viento con el nombre impreso de quienes ya se fueron y antaño disfrutaron de su buena sombra, pero en sus brotes, aún tiernos, va quedando la huella de los pasos de seres que hoy desgranan su infancia entre la playa y el puerto como yo hice antaño.

Tapia, Tapia de Casariego, las letras que componen tu nombre, el eco de las olas que baten incansables tus recias rocas y el incesante fogueo rojo-verde, verde-rojo de tus faros que, a menudo, contemplo ensimismada desde mi ventana, se han grabado para siempre a fuego lento en mi corazón y mi memoria. Gracias.

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