La meritocracia y la suerte de no necesitarla
En la vida, en nuestro día a día, nos acostumbran a creer en la meritocracia. Todas las personas pueden llegar a donde se propongan. De sobra sabemos que es una falacia, ya que el trabajo duro o el ingenio no son los únicos factores que nos condicionan a la hora de lograr lo que queramos.
Sin embargo, esta no es la mayor falacia que nos han querido hacer creer. Existe una mayor: los golpes de suerte. Si consigues algo, es suerte. Si ganas algo, es suerte. Siempre existe algo exterior que, sin contar contigo, ha decidido ponerte en el sitio y lugar exactos para que consigas lo que deseabas.
Ambas falacias son contradictorias y los mismos que defienden la meritocracia, si no consigues después de duro trabajo lo que te propones, aluden a la mala suerte de no haberlo conseguido, mientras que por delante de ti habrá gente consiguiéndolo todo, esforzándose mucho menos, y simplemente será que han tenido suerte.
Es habitual leer en varios medios noticias que hablan de grandes emprendedores que, tras un duro trabajo, valentía, arrojo y mucha suerte, consiguen grandes éxitos. Jóvenes que arriesgan su patrimonio. ¿Con 18 años es posible? Jóvenes que consiguen que un gran inversor les compre su idea. ¿Seguro que no le conocían previamente?
No hay duda de que existen casos de grandes ideas y grandes personas que, tras el trabajo duro y mucho empeño, logran llegar. Pero no, no es ni mucho menos una constante y, de hecho, es la excepción. La suerte, realmente, es no necesitar la meritocracia.
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