A Paco Ignacio Taibo
Querido amigo Paco Ignacio, te conocí en el año 1950, en Gijón, por intermedio del entonces redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA mi gran amigo Juan Ramón Pérez Las Clotas, que me publicaba en la página dominical «Las Desventuras de Yimy». Pertenecía a la Tertulia Langreana Amigos del Arte (TLAA), y te invité a dar una conferencia en La Felguera y aceptaste. Como no asistía nadie, y yo estaba medio desesperado, me animaste diciéndome que aunque sólo yo te escuchase te sentirías satisfecho y que la labor de organizador era de la más ingratas, pero necesarias. Desde entonces nació mi respeto y admiración por ti y traté de cultivar tu valiosa amistad. ¿Te acuerdas de que me regalaste la cartera que te habían obsequiado cuando cubriste como periodista deportivo la Vuelta Ciclista a España? Estabas de redactor jefe de «El Comercio» y querías ser completo en tu profesión, y lo fuiste, y publicaste un libro con dibujos de tu puño para los que se iniciasen en esa noble profesión.
Cuando te comuniqué en el 58 que me iba para Venezuela, me dijiste que pronto te irías para México, y que querías empezar a partir de cero. Y lo hiciste, en el 59 arribabas a las tierras aztecas y después te siguió mi dilecto amigo y compañero de tertulia Horacio González Velasco.
Tardé años en saber de vosotros, hasta que un día Philips fletó un avión desde Venezuela para el Mundial de fútbol en 1970 y logré que me incorporaran solamente con derecho al pasaje. Al que me ayudó le dije que no me importaba la estancia allá, que estaba seguro de encontrar a mis amigos. Me llevé un llavero de madreñas y una boina de regalo.
Fui al Centro Asturiano y desconocían tu teléfono y dirección, pero me dieron el número de un amigo tuyo, Germán Figaredo, productor de Televisión, a quien nombraban cariñosamente por los dientes sobresalientes el «Conejo Figaredo», que hacía un programa sobre Asturias. Hablé con él y me invitó a su casa y allá me fui. Me recibió de lo más cariñoso. Su hogar era un trasunto de Asturias, hasta con toneles de sidra, pues aunque nativo de Morelia, su padre era de la parte de Rodiles. Después de unos tequilazos y unas canciones asturianas, quedó mi boina sobre un tonel y las madreñas en el bolsillo del «Conejo».
Me quedé en casa de mi compañero de fatigas Horacio, ya érais famosos los dos. Como era más fácil acostarse con la mujer del presidente, no sé de quién, que conseguir una entrada de fútbol, lo vimos por televisión y con el dinero que tenía reservado hicimos una fiesta asturiana. Llegaste con tu mujer, Mari Carmen, tus padres y el gran poeta Ángel González. Al día siguiente preparaste una fabada en tu hogar y había como veinte invitados, a lo mejor estaba Buñuel entre ellos, pues tú eras pródigo en hacer estas celebraciones con republicanos y con lo más selecto, distinguido, culto y fino de las personalidades, y con los más anónimos; cualquiera que te cayese bien sin importar la condición. Así eras tú, que si no es por Mari Carmen, que te frenaba un poco, acababas con todo el patrimonio, y es que para ti el dinero no era para ahorrarlo, era para compartirlo, por ello tenías tantos amigos, que en las Navidades se te inundaba la sala de regalos.
Nos vimos dos o tres veces más, unas en México y otras por la «Semana negra», pero mantenía una estrecha comunicación telefónica contigo y con Pincky, la mujer del finado Horacio. Supe de tu deterioro físico y por Semana Santa fui a visitarte. Me encantó que al escuchar mi voz sonreíste y es que, según tú, yo era digno de admirar, pues a pesar de llevar décadas en tierras americanas, no se me había borrado el acento asturiano.
Amigo Paco Ignacio, sólo te has ido físicamente porque en mí y en infinitamente muchos más nos has dejado tu blanca estela imborrable. Saludos de gladiador y hasta el reencuentro, que espero no sea muy próximo, porque aún me siento feliz de seguir viviendo en esta tierra de gracia.
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