Melancolía tras el covid
Durante más de 40 años fui profesor. Y ser profesor era para mí una vocación absoluta. Ya desde muy pequeño, la lectura fue para mí una forma de gratitud. Fui sabiendo con los años que en la esfera de los problemas, uno tenía que ser enseñado, empezando por mi padre. Pero en la esfera de lo religioso (terminé en el Seminario) me convencí que tenía que ser iniciado. Para mí allí todo debería ser experiencia. Me entrenaron en el silencio, y desde entonces, el hablar mucho me pareció que podría ser muchas veces una forma de ocultarme. Pero todo cambió con suma rapidez. Pocos años después, ya me escandalizaba la soez de la vida pública que llevaba a muchos hasta la degradación de su vida privada, a la frivolidad, a la consagración del adolescente perpetuo, a la miseria de lenguaje y a la omnipotencia de la publicidad. La verdad es que mis alumnos me enseñaron mucho. Y no voy a escribir hoy mucho más. Suelo ir a visitar Guillén Lafuerza, barrrio de mi niñez y juventud en Oviedo, como también a mis inolvidables alumnos de Noreña y Madrid (a éstos hoy imposible). Pero, tras el covid, estas visitas ya no serían sólo un rememorar, sino un interno retroceder y un hundimiento. Ya no tengo capacidad para considerar lo que pasa.
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