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Del efecto lenitivo de la valeriana

16 de Mayo del 2022 - Ramón Alonso Nieda (FUENTES- ARRIONDAS)

"Son impresionantes y nada cautivadores los adjetivos que algunos medios de comunicación dejan caer o aplican a algunos políticos", escribe Ceferino Suárez, en esta sección de LNE, el pasado 11 de mayo. "Son demasiados los gritos que retumban y ensordecen en cierta prensa", añade, sumándose a la denuncia de la "crispación", fenómeno intermitente que, al parecer, solo se produce cuando gobiernan las izquierdas. Además, todo tiempo pasado sería mejor: "Es casi imposible encontrar hoy el hechizo de nuestros grandes: Clarín, Ayala, Abello, Las Clotas, Velasco, Avello, Neguri y muchos otros más".

Si la mayoría de los incluidos en la lista escribieron en tiempos de dictadura, cabe suponer que se mordían la lengua más por necesidad que por "noble moderación" o "templanza". Pero lo más sorprendente es verla encabezada por Clarín, polemista brillantísimo y letal. A su eterno enemigo Alejandro Pidal lo llama Clarín "El Zar de Asturias", y en uno de sus "Paliques" le indilga de una sola tacada "Pidalejo, Pidalito, Pidalín, Pidal junior o longior". En otro "Palique", le enhebra en un solo párrafo esta sarta de cumplidos: "Neptuno en bable, el Júpiter Tronante, gran aguador de todas las fiestas de la libertad asturiana, el Barba Azul de montera picona, el hijo de Filipo José Pidal, o sea, Alejandro Mínimo".

Al final de su misiva, nos desvela Ceferino con cautela lo que los juristas llaman "el bien protegido" (para él, la reputación del Presidente): "Lo que me resulta más enigmático aún son las críticas y juicios personales para algunos políticos (v.g. Sánchez en algunos medios)". Aunque Sánchez, como insultador, tampoco se queda manco: "Hoy los mangantes no están en el Gobierno, como sí ocurría con el PP". Pero ocuparse del Sánchez insultado o insultante es quedarse en la periferia, sin rozar ni de refilón el núcleo duro, la cámara oscura de la índole moral del sujeto. En cuatro años de exposición pública, Sánchez tiene demostrado hasta la saciedad que es un mentiroso compulsivo, cínico; que su discurso, sin ningún respeto a la verdad, se rige solo por la conveniencia propia.

(Casi) todos mentimos en alguna circunstancia (para eludir una pregunta impertinente, para salir de un aprieto más o menos grave). No es el caso de Sánchez, que es un mentidor de piñón fijo. Él subvierte el "imperativo categórico" en todas sus versiones, que vienen a decir lo mismo: "obra en cada circunstancia de manera que quisieras que tu norma de conducta fuera norma universal". La comunicación funciona sobre la base del contrato social implícito de decir la verdad. Si todos mintiéramos habitualmente, no merecería la pena hablar ni, mucho menos, escuchar. El resultado sería el silencio o el guirigay universales.

Al mendaz, como al ladrón, no les conviene que los demás mientan o roben; eso les arruinaría el chollo. Y aquí damos de bruces con la mala fe: obra de mala fe el que abusa en beneficio propio de la buena fe de los demás. Dicho sin hipérbole, un dirigente de esa catadura moral es una calamidad pública. A las antípodas de la "conciencia humanitaria" que invoca Ceferino.

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