Por si de algo sirve
El quejarse, digo. Y pienso que, puesto que todo el mundo, con más o menos asiduidad, con y sin motivo, se queja, de algo debe de servir.
Yo no sé si habrá una cierta memoria de forma de vida hereditaria, pero, de no ser así, de lo que no hay duda es de que desde la primera llantina comenzamos a absorberla.
Mi padre, por ejemplo, era un hombre sumamente impaciente, yo lo he superado con creces. ¿Tendrá esto, la impaciencia de mi padre, tendrá algo que ver con la mía? Lo cierto es que para mí, las esperas, aunque sean mínimas, son insufribles. Además de esta mi condición, he nacido, o desde que tengo uso de razón la he aprendido y soy consciente de ella, con una definición precisa sobre el significado de "libertad". Libertad, de forma sintética, es hacer lo que te dé la gana sin joder la paciencia de nadie. Así es como yo la siento.
Por supuesto que es muy difícil encontrar un algo sin algún pero, pero, salvo las imposiciones derivadas de nuestra propia condición, en líneas generales me atrevería a decir que así he vivido los primeros... 25 años de mi vida.
Lo repito una vez más, en caso de reencarnar, que sea reenganchado a los años cincuenta, sesenta. En aquel tiempo, si me dolía la barriga, ahí mismo iba al médico y lo más que podía esperar era la consulta de los dos o tres dolientes que hubiera delante de mí. Como hoy te duela barriga, reza para que no sea nada grave. La solución más pronta es irte a Cabueñes por urgencias y calarte no menos de cinco o más horas de espera para sentarte frente al médico. Para ser diagnosticado... ¡ay, mamita! Por aquí hemos tenido que esperar no menos de año y medio en más de una ocasión.
Por otro lado, le han creado a uno un sinfín de obligaciones y gestiones ineludibles que revientan la paciencia, incluso de alguien mucho más paciente que yo.
La semana pasada he recibido cita obligada para ir a decirle a la S.S. que sigo aquí. He leído, y releído para no pelar, el papelito. Debía hacer acto de presencia entre las nueve y, creo, catorce. Lo he releído, como he dicho, porque me extrañó que no hablará de pedir cita, pero bueno, si no decía...
Por supuesto que a un cuarto para las nueve ya estaba allí. Había tres penitentes delante de mí. Abren. Sale el tío con un listín, ¡ya está!, ¡mala vaina! Efectivamente, echo entonces un vistazo y veo un papel pegado en el cristal: Pedir cita...
¡Lo fácil que sería esas dos palabras en el papelito! Pedir cita. No, hay que ir a la sede, buscar el papelito pegado en el cristal, tomar el teléfono (aunque ya que estás allí, ¿te la darán si entras y la pides? No sé) para pedirla y volver cuando te citen. Una maravilla.
En otro orden de la puñetería. En el.. 59, 60, me apeteció ir a pescar calamares. Hice una lancha y me iba por las noches a tratar de pillarlos en alguna zona iluminada por la luz proyectada sobre el agua, y cuando cansaba, ataba la chalana en cualquier asidero de El Musel y listo. Prueba a hacer algo así hoy.
Mi padre quiso tener gallinas allá por los cincuenta. Ahí mismo ladrillos, arena, cemento, placas de uralita y perro a cagar, gallinero al canto. Atrévete hoy. No te creo tan osado. Permisos y a pagar. Y reza para que no tengas que presentar un proyecto firmado por un arquitecto.
No tiene sentido seguir enumerando los números que son evidentes. No he podido adaptarme, imposible, al actual modus vivendi. Por donde quiera que lo mire, me resulta verdaderamente traumático.
No se pueden pegar dos ladrillos en un patio propio, privado, pero sí se pueden pegar dos sexos en un parque público... Cómo definir esta actual "libertad"... Mejor lo dejo pa prau.
Demasié para el menda.
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