Nuestro propio enemigo
Hay revoluciones surgidas de crisis económicas que obligan a cerrar empresas provocando crisis de subsistencia que alientan a la revuelta entre las clases desfavorecidas; luego la burguesía buscará instaurar gobiernos favorecedores a sus intereses. Así fue la Revolución Septembrina de 1868 contra la monarquía de Isabel II que condujo a la I República tras la renuncia desesperada de Amadeo I: “Todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males”. Siglo y medio después seguimos igual. También hay revoluciones ideológicas de las famélicas legiones alienadas seguidoras de interesados líderes que intentan derrocar el régimen establecido aunque este sea el de la II República. Así ocurrió con la Revolución de Octubre de 1934 y seguimos más o menos igual, y en estos momentos son muchos los que usan la palabra solidaridad como “solidaridad para unirse y formar un bloque sólido contra algo o alguien” (definición de don Gustavo Bueno). Lo hacen por cuestiones internas y no por un enemigo externo.
En el tema de las revoluciones, la Revolución de las Trece Colonias es la que se debe considerar: “Los redactores de la Constitución americana nunca se sintieron tentados de hacer derivar derecho y poder de un origen común. Para ellos, el asiento del poder se encontraba en el pueblo, pero la fuente del Derecho iba a ser la Constitución, un documento escrito, una entidad objetiva y duradera que, sin duda, podía concebirse de mil modos distintos e interpretarse de formas muy diversas y que podía cambiarse y reformarse de acuerdo con las circunstancias, pero que, sin embargo, nunca fue concebida como un estado de ánimo, como la voluntad. Y ha seguido siendo una entidad tangible y secular de mayor durabilidad que las elecciones o las encuestas de la opinión pública” (Hannah Arendt). En nuestro particular caso, la Jefatura del Estado la ejerce un monarca que ni gobierna, ni legisla, ni juzga; que tan solo ostenta la representación del poder y la unidad del pueblo para hacer valer el Derecho que emana de nuestra Constitución y defenderla.
Ahora existe la voluntad de hacer cambios en la Constitución y muy probablemente haya que hacerlos, pero no deberían ser grandes cambios y menos revolucionarios. No, no se debe abandonar una monarquía que estando sujeta a Derecho puede ser esa singularidad que no disfruta de las libertades que, sin embargo, sí disfruta un pueblo de iguales.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

