Hablemos de amor

14 de Octubre del 2010 - Luis Miguel González González (Madrid)

Los dardos de Cupido han hecho mella en el corazón de Evelio. Como la novela poética de la época romántica, difundida con fuerza en la poesía, nos alcanzan con ardorosa pasión los escritos de Evelio, pues si bien éste se mueve en ese, su mundo ideal, donde reina la imaginación aplicada a la reciente historia del PP asturiano, para conformar un género crítico de carácter popular e irracional, el aspecto fantástico de sus escritos, ligado a su concepción espiritualista de la realidad y a las épocas pasadas retratadas, queda en un plano discreto y nada audaz que marcará también el carácter apasionado del escribano, a pesar de la corriente fantástica que incluye a lo largo de tan estupenda declaración de amor. Todos tenemos manías, preocupaciones o pensamientos repetidos. Comprobar que hemos cerrado la puerta, apagado el gas, cerrado el grifo, sentarnos en los mismos lugares en una reunión, mantener un cierto orden en determinadas cosas, coleccionar objetos inútiles, volver a casa siempre por las mismas calles. El problema, Evelio, surge cuando esos pensamientos se convierten en obsesivos, se vuelven incontrolables, se pierde la razón y aunque uno es consciente de lo absurdo e irracional de sus pensamientos, actúa de una forma compulsiva realizando continuos escritos y reflexiones sobre los mismos temas, para sentirse bien. Estos pensamientos amorosos hechos poesía, obsesivos y tormentosos, del ser amado, constituyen un verdadero problema, ya que genera, al enamorado, ansiedad, dificultad e incapacidad para realizar una vida normal e incluso pueden abocar en depresión, piénsese en el gran romántico Gustavo Adolfo Bécquer. Esa conducta, de perseverancia en una buena causa, amor incontrolado, y obstinación en una mala, despecho por saberse rechazado, se convierte, en el mejor de los casos, en un trastorno obsesivo compulsivo. Atrévase a declararlo abiertamente, hay muchas cosas que me hacen pensar en Ti, Francisco Álvarez-Cascos. Proclámelo a los cuatro vientos, «no está en eso el punto, ¡Oh Clemencia!, sino en que no querría que mi canto descubriese mi corazón y fuese juzgada de los que no tienen noticia de las fuerzas poderosas de amor por doncella antojadiza y liviana. Pero venga lo que viniere, que más vale vergüenza en cara que mancilla en corazón». Desengáñese, lo suyo por Francisco es amor, un sentimiento que es mi deseo pudiera ablandar el Dios Cupido, viendo un corazón de amor roído.

Por lo demás, tan fiera pasión parece escrita a fuego por enamorado despechado. Ciertos comentarios no envilecen al que van dirigidos, le honran y más saliendo de exquisita pluma, que Miguel de Cervantes diría «Vuestra altitud ha hablado como quien es, que en la boca de las buenas señoras no ha de haber ninguna que sea mala; y más venturosa y más conocida será en el mundo Dulcinea por haberla alabado vuestra grandeza, que por todas las alabanzas que puedan darle los más elocuentes de la tierra».

No disfrace sus sentimientos, no le ocurra lo que a Don Quijote: «Y, con esto, cerró de golpe la ventana, y, despechado y pesaroso, como si le hubiera acontecido alguna gran desgracia, se acostó en su lecho, donde le dejaremos por ahora, porque nos está llamando el gran Sancho Panza, que quiere dar principio a su famoso gobierno». Por ahora sólo hablemos, hablemos de amor.

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