Respeto y profesionalidad con pacientes con alzhéimer
A diferencia de las múltiples ocasiones en las que escribí en esta sección , hoy voy a hablar menos de política y más de sentimientos, de empatía, de profesionalidad, de respeto...
Mi madre, paciente y diagnosticada con un alzhéimer severo y valorada en su grado más alto, falleció hace hoy quince días. Mi pobre madre siempre gozó de buena salud, afortunadamente, hasta que esa cruel enfermedad entró y anegó nuestras vidas. El alzhéimer entró y se apoderó de ella y a sus seis hijos nos hizo tambalear como familia. Yo, personalmente, leía sin cesar sobre el alzhéimer y preguntaba cuanto la escasa profesionalidad de los médicos de atención primaria y la neuróloga del Hospital del Valle del Nalón que le correspondían a mi madre me permitían. Nunca nos dieron unas pautas, teníamos que estar pendientes de la revisión del tratamiento...
Hoy escribo estas líneas con la esperanza de que cualquier paciente con alzhéimer sea tratado con dignidad y sus familiares entendidos con la mayor empatía que la visión de un ser humano destrozado por dudas y dolor puedan despertarnos.
Los médicos de atención primaria, los más cercanos a los pacientes, tienen un test que deben plantear al enfermo. No suelen hacerlo. A mi madre no se lo hicieron. Y la enfermedad avanza a velocidad vertiginosa. Cuando un paciente con alzhéimer enferma, los médicos han de entender lo que supone trasladarlos, sacarlos del hogar donde se sienten seguros, con sus cuidadores –familiares y no familiares– a los que aún reconocen y, en consecuencia, en la medida de lo posible, evitarles esos traslados en ambulancia, solos, con desconocidos...
Resulta increíble que un paciente con alzhéimer comparta planta en un hospital con otros enfermos, y que con lo que los ruidos y las voces los inestabilizan y alteran, se den voces por los pasillos por parte de las enfermeras, o entren en la habitación de madrugada para atender al compañero de habitación encendiendo las luces y hablando como si tal cosa.
Resulta increíble que un paciente con alzhéimer y en silla de ruedas espere una ambulancia a las dos y media de la madrugada y la ambulancia lleve primero de vuelta a un domicilio a un drogadicto que espera tranquilamente al aire libre; digo yo, que tendrá que haber prioridades y más servicios.
Y resulta aún más increíble que para que un paciente con alzhéimer en su etapa final sea atendido por la médica de cabecera, tenga que rogarle, suplicarle, una hija –en este caso yo– que, por favor, pase a ver a su madre que no está bien, que tiene una respiración rara...
Podría escribir tantas y tantas faltas de profesionalidad, de empatía y, sobre todo, de respeto a esos pacientes...
Mi madre ha fallecido, pero no quiero que lo que vivimos sea soportado por ningún paciente con alzhéimer más. Y lucharé con todas las fuerzas que me asistan para denunciar y corregir tantas aberraciones como vi.
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