¿Qué hacer?

27 de Junio del 2022 - Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado (Luarca)

Un fenómeno observable en los centros de Enseñanza Media es el alumno solitario. No se trata del alumno objeto de acoso o ninguneado. No; se trata del alumno que opta por estar solo. Hay para quien la soledad elegida y buscada es síntoma alarmante; hay, en cambio, quien la valora como el tesoro anhelado de su alma, y que los muchos, los iguales, le impiden alcanzar. ¿Por qué este modo de ser y estar es motivo de preocupación? Para dar respuesta, con un mínimo de rigor, se requiere estar investido de autoridad acreditada. Puede dar la respuesta, aproximándose a la objetividad del fenómeno, la persona que, además de estar titulada en psicología, tiene los dos años de especialidad en clínica. Los centros cuentan con un departamento de orientación, cuyo titular es pedagogo y, en algunos casos, psicólogo.

¿Qué hacer?

Hay el escenario, el de los tecnócratas, donde diseñan modelos de conducta de toda índole, desde los propiamente académicos, hasta los de índole existencial, sin entrar a considerar al individuo en su singularidad e inabarcable complejidad. Esta singularidad y esta complejidad definen el modo de ser y estar del individuo en el mundo; desde ellas, el individuo lleva a cabo la asunción de su propio drama existencial, asunción que conlleva el mayor o menor grado de apertura a los otros. Y no puede ser de otro modo, porque, al ser cada individuo soberano de su vida, la asunción de la tarea más radical, la de resolver la propia vida, le coloca en la situación del solitario, al tratarse de la tarea en la que no puede ser suplantado.

Hay el escenario propio del alumno en su singularidad, "materia indeterminada", a la que el adulto procura modelar como "demiurgo" platónico, según los modelos concebidos por los Tecnócratas. El joven, en su corta experiencia, no siempre discierne acertadamente lo objetivo de lo subjetivo, lo conveniente de lo inconveniente, lo que es de lo que debe ser. Pero es el caso que a la singularidad le es consubstancial la complejidad, la que no es fácil aprehender, incluso para el experto en la condición humana. Es esta complejidad la mayor dificultad para aprehender lo más insondable del alma del alumno solitario, aprehensión que se requiere para ofrecerle la solución correcta. Al parar mientes en la vida, ésta se manifiesta como individual, única, y con la sacra dignidad para ser vivida sin intromisión ajena; por ello, al tratar con el joven, no se puede perder de vista que, en sí, como individuo humano, es sagrado, ¡lo sagrado! Y, por consiguiente, un error bien por precipitación, bien por desconocimiento, bien por prejuicio o apasionado voluntarismo, convierte al adulto en sacrílego.

¿Qué conoce el adulto, con un mínimo de rigor objetivo, de lo que amanta el corazón del alumno, de cuya biografía sólo conoce su trayectoria en el centro y algún otro informe? ¿De qué dato, obtenido con el rigor exigido para estos casos, dispone? ¿En este absoluto desconocimiento del drama del joven y de la urdimbre de la que está tejida su soledad, qué razón asiste al adulto como para modelarlo en conformidad a un ideal de felicidad? ¿Qué conoce de su trayectoria vital, de su universo diario, así como de aquello que configura su entender la vida, de su expectativa en este mundo al que ha sido arrojado? Si al joven se le obliga ser y estar, con quienes no corresponde a sus expectativas personales, se incurrirá en lo que -en término psicológico- se denomina inundación; inundación, que, si no es controlada y dirigida por experto (psicólogo clínico), llevaría a enraizar más si cabe el "¿problema?" que se pretende erradicar.

¿Qué hacer?

Cierto que el joven debe cumplir con siete competencias, entre éstas, la social. Ahora bien: para que el tránsito del joven por el escenario académico sea con éxito, no es necesario que el grado de consecución sea el más alto en cada una de aquellas; a su vez, cada competencia tiene grados de adquisición. No se ha de perder de vista que la adolescencia es una fase de la vida; que, en esta etapa, pensamientos y sentimientos se presentan confusos; que esta etapa se acaba por recorrer y, en su conclusión y sin saber cómo, el individuo da un salto sorprendente. Ahora bien: en relación con la competencia social, lo mismo que existen adaptaciones para alumnos superdotados y para alumnos con dificultades, por qué no hacer una adaptación, sin que le represente un gasto añadido -psicológico y moral- al joven solitario.

Es el tercer escenario el de los adultos. En cada uno está presente el compromiso, no sólo laboral adquirido con la Administración, sino también moral, el que nace del alma para con los alumnos. Mas, es el caso que cada adulto, desde su atalaya existencial, ha conformado su percepción de la vida; ¡de su vida! El adulto, en su relación con el joven, no está libre de -en término freudiano- proyectar en éste la propia percepción de su particular modo de ser y estar. En algunos casos, esta proyección se corresponde con la percepción de la vida, de quien valora lo gratificante y valioso -por así vivida- de encontrarse con otros, y que juzga como el camino a la plenitud. Sin embargo, en otros adultos está presente cierto miedo a la soledad. En estos casos se tiende a confundir "estar con otros" con "apertura al otro": el primer extremo es encontrado; el segundo es una opción personal.

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