Federer, doctor honoris causa
Escuché hace unos días que, cuando le preguntaron a un conocido tenista profesional qué sentía cuando se enfrentaba a Roger Federer, su respuesta fue que era como si jugara contra un libro abierto, en clara referencia a las enseñanzas de un maestro que en cada partido daba una clase magistral de este deporte.
Siempre he pensado que el tenista suizo ha sido el mejor de todos los tiempos en lo que se refiere a movilidad en la pista y a su dominio de todas las facetas del juego, unos factores que, en su momento, le hacían prácticamente invencible.
Con el paso del tiempo ha habido enormes jugadores que le han plantado cara y que incluso le han logrado ganar en su “templo” de Wimbledon, como Nadal o Djokovic, pero ninguno ha llegado a tan alto nivel técnico y estético.
Es tanta la calidad que Federer ha derrochado durante los años en los que lleva transitando en el circuito de la ATP que, sin proponérselo, ha ido escribiendo todo un tratado sobre la práctica de este deporte, un libro repleto de lecciones que debería publicar, como si se tratara del trabajo final de una carrera en la que se ha ganado, por méritos propios, el título de doctor honoris causa, un reconocimiento académico que se le debería conceder por su contribución a la excelencia en el deporte.
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