No me lo acabo de creer
Aunque me lo han contado fuentes de toda solvencia, no me cabe en la cabeza que la juventud se deje humillar por los porteros de determinadas discotecas, que discriminan a su antojo y con muy malos modales a los chavales y chavalas que, deseosos de entrar en los “templos” de moda del momento, aguantan vejaciones de todo tipo y se buscan las mil y una maneras de “colarse” como pueden para poder presumir de que han estado en tal o tal sitio y para contar a sus colegas que han pasado la noche de su vida.
Según parece, los citados “puertas”, que, por lo que dicen, suelen ser más bien “armarios”, deciden quién entra y quién no, y basan su criterio selectivo en el color de la piel, en la vestimenta o en el pelo de los “candidatos”, algunos de los cuales se presentan con lo mejor de su vestuario y son rechazados precisamente por eso, por llevar traje y corbata, cuando lo “cool” del momento son los polos de Ralph Lauren, los vaqueros deshilachados y las deportivas de quinientos euros.
Sinceramente, no me lo acabo de creer, aunque quien me lo ha contado me merece la máxima credibilidad, porque estudia Psicología, y no le ha sido nada fácil entrar en uno de estos lugares de “culto juvenil” para hacer unas prácticas de la carrera y se ha tenido que “vestir de lagarterana” para lograrlo.
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