El gobierno legítimo
Si la voluntad de Dios es que todo hombre sea libre, sería un atropello que un hombre quede “sometido al poder político de otros sin que medie su propio consentimiento”. El poder político sólo está legitimado si es producto del “convenio entre los hombres” que, libremente, han decidido “juntarse e integrarse en una comunidad destinada a permitirles una vida cómoda, segura y pacífica”. Una vez que se han constituido en comunidad política, es a la mayoría a quien corresponde regir. Sólo la comunidad es comunidad política cuando es regida por la mayoría y “quedan todos obligados por la resolución que llegue la mayoría”.
La resolución de la mayoría es la que debe regir, porque es imposible, en una comunidad política, alcanzar acuerdos unánimes. Ante el perjuicio que puede representar la ausencia de normas o resoluciones, por no haberse llegado a un acuerdo unánime, la razón dicta que tanto leyes y medidas de gobierno lo sean por mayoría absoluta. De otro lado, una comunidad en la que “cada miembro se sintiera obligado más a lo que le pareciese bien” es una comunidad avocada a las disensiones, a la guerra civil y al surgimiento de un poder absoluto y despótico. La única regla que permite la salud de la comunidad política no es otra que dejarse regir por “el consentimiento de la mayoría”. Lo contrario, esperar que sea el consentimiento unánime el principio rector de la comunidad política, denota cuando menos un desconocimiento de la realidad social, dada “la variedad de opiniones y la pugna de intereses” existentes en toda comunidad. Puede darse el caso de que, entre los miembros de una comunidad, acuerden que las medidas a adoptar sean por “un número de personas superior al que forma la simple mayoría”. Lo fundamental: “Lo que inicia y realmente constituye una sociedad política cualquiera no es otra cosa que el consentimiento de un número cualquiera de hombres libres capaces de formar mayoría para unirse e integrarse dentro de semejante sociedad. Y eso, y solamente eso, es lo que dio o podría dar principio a un gobierno legítimo”.
Si en estado de Naturaleza el individuo es “señor absoluto de su propia persona y de sus bienes, ¿por qué razón va a renunciar a esa libertad, a ese poder supremo para someterse al gobierno y a la autoridad de otro poder?”. En el estado de Naturaleza el hombre no es bueno; porque, por naturaleza, el hombre es inclinado a atropellar los derechos y libertades de sus semejantes, haciendo la vida altamente insegura; de ahí que los individuos tiendan a agruparse y así garantizar la seguridad de sus vidas, bienes y propiedades.
Una vez que los grupos aumentaban el número de sus componentes y los conflictos de intereses hacían peligrar la seguridad, se hizo necesario establecer leyes, aceptadas por todos, dejar definidas las medidas a aplicar en la resolución de conflictos, constituir tribunales cuyos magistrados sean imparciales y delegar la fuerza “en las manos de un solo individuo elegido por consenso, y ateniéndose a las reglas que la comunidad o aquellos que han sido autorizados por los miembros de la misma establezcan de común acuerdo”, para que haga obedecer las leyes y se ejecuten las sentencias de los jueces. “En las reglas establecidas de común acuerdo”, en este consenso, “ahí es donde radica el derecho y el nacimiento de ambos poderes, el legislativo y el ejecutivo y también el de los gobiernos y el de las mismas sociedades políticas o Estado”.
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