Carta a los ateos
Este escrito es de plena actualidad por la manifestación en contra de la existencia de Dios del gran investigador británico Stephen Hawking. Parece mentira que un personaje tan cualificado, que ha hecho tantos descubrimientos, no pueda descubrir la última causa de los mismos.
En un programa de televisión, que veo casi a diario, hay un personaje inteligente y culto que se escucha cuando habla, que aprovecha cualquier ocasión para contarnos que él es ateo. ¿Cómo puede uno presumir de lo que carece?
Hace unos meses, en su periódico, un profesor universitario, por tanto antiguo compañero mío, decía textualmente: «Yo soy un ateo convencido» ¿Cómo puede la mente humana pronunciarse sobre algo trascendente? La razón no puede invadir un campo que le está vedado.
Con humildad digo a estos personajes que yo soy creyente; pero no presumo de ello. Pienso que es una gracia y por ello no soy mejor ni peor que ellos.
He oído muchas veces decir a la gente sencilla, que observa este mundo con sus seres vivos, que algo superior tiene que existir. Yo comparto con ellos esta idea tan generalizada. Si los mismos animales reconocen a su dueño porque les da de comer, ¿cómo no vamos nosotros a reconocer a quien de una manera sabia e inteligente nos ha dado la vida y los medios para mantenerla?
A mí siempre me ha maravillado el ser humano. Ese orden y armonía de todos los órganos y miembros de su cuerpo, cada uno con una función específica, colocados en el sitio adecuado para cumplirla. Los ojos bien protegidos en la parte superior delantera para poder verlo todo y caminar, y no en los sobacos. La inteligencia para descubrir cada día cosas nueva y, sobre todo, la capacidad de amar.
Todos sabemos que hace unos dos mil años nació y vivió en Israel un hombre, llamado Jesús, que se confesó hijo de Dios. Éste fue un hombre espectacular que nos ha transmitido un mensaje que jamás se había oído y que en modo alguno puede ser mejorado, el único capaz de transformar el mundo, dando sentido a nuestra vida. Yo creo en este personaje y especialmente en todo lo que nos ha contado. Le admiro y le amo porque me ha abierto un horizonte jamás por mí imaginado.
Queridos ateos: no estaría nada mal que con buena voluntad dierais un voto de confianza a este individuo del que os estoy hablando antes de que se ponga el sol. Yo así lo espero. Ya veríais entonces cómo al menos se os quitaría la sed de declararos ateos y, en algunos casos, de ridiculizar a los creyentes. Por algo hay que empezar.
José Ramón Rodríguez Fernández, Oviedo
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