El día de la Paz
(La justicia y la paz se besan. Salmo 85.10)
He meditado y me he fijado en el saludo que Jesús manda a sus seguidores para comunicar el Cristianismo por el mundo: Primeramente desear la paz. Ese es el preámbulo que les indica para todo lo demás: Paz, deseo de paz.
Si echamos una mirada al mundo que nos rodea, la paz está tremendamente diluida o anulada. Hoy tenemos una guerra cruenta y terrible en Ucrania y varias menores en otros sitios del mundo, países del norte y este de África, más o menos reactivadas. La siembra de droga, el abuso del pobre y el afán de dominio degradante, la muerte, están presentes en América y Asia. Y Europa es un continente desvaído, en cierto modo nauseabundo. Ha olvidado y se ha apartado de su esencia fundadora: el cristianismo.
Luego en el mundo no hay Paz. La culpa de ello no puede estar más que en el hombre que no sigue el consejo de Cristo, dado a todos a los que dicen conocerle y a los que le ignoran de una u otra manera.
Pero se me puede decir, y qué solución aportas tú para conseguir esa deseada Paz en la que el amor sería el gran vehículo entre los hombres. Quizás el perdón.
En alguna ocasión ya puse de manifiesto que la recuperación de España, tras la guerra civil del 36, se debió al perdón de las partes en las que nuestra patria se dividió, olvidando poco a poco a vencedores y vencidos. Esto fue posible gracias al perdón. Yo lo viví directamente en mi familia, situada entre los perdedores. La inteligencia lleva al perdón y este genera Paz.
Hoy lo escuché en el Evangelio y decidí desear Paz a todos los de mi entorno, sin importar filias o fobias, que no dejan de ser sentimientos, a veces viscerales. De los que debemos huir.
Y pedir la gracia del cielo.
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