Quiero quererte siempre, siempre te querré
Con motivo del día del "Orgullo" varias cadenas de televisión han programado estos días películas que abordan la lucha por los derechos LGTBI desde que en 1969 en Stonewall Inn, (Nueva York) se diera el pistoletazo de salida. Dos filmes soberbios ha programado la televisión pública española: "The Cakemaker" ("El repostero de Berlín", 2017) y "La vie d'Adèle" ("La vida de Adela") (2013).
Mi película favorita fue y es (todavía) "Philadelphia", con una interpretación magnífica por parte de Tom Hanks (y en menor medida la de Antonio Banderas), en una época en la que la maldición del sida recaía en el colectivo gay. Hoy los abordajes fílmicos navegan en las aguas profundas de los conflictos afectivos y personales al igual que cualquier persona de condición heterosexual; y el valor del filme se mide como cualquier otra película que trate temáticas o dramas propios de la condición humana en los contextos sociales donde estos emergen.
En este sentido, la película germano-israelí "The Cakemaker" puede ser un ejemplo de la superación de los prejuicios, de la visión casposa y retrógrada que todavía perviven entre nosotros (aunque suenan "tambores de guerra" procedentes del Tribunal Supremo de EE UU.). "El repostero de Berlín" es una deliciosa película, de una gran sensibilidad, que aborda el drama romántico de dos hombres y una mujer que tienen que superar el trauma de la muerte de uno de ellos. Thomas es un pastelero tímido, solitario, que tiene un talento especial para la elaboración de pasteles. Su apocada vida se ve interrumpida al aparecer Oren, un joven israelí que visita con frecuencia Berlín por negocios y con quien mantiene un idilio que se prolonga en el tiempo. Oren sufre un accidente en una de sus vueltas a Israel y muere. Su amante pastelero, al conocer la noticia, decide trasladarse a Israel en busca de respuesta sobre la mujer de su amante, su hijo y el pasado de este. Su maestría en la elaboración de galletas y pasteles le permite entrar a formar parte de la pequeña cafetería regentada por la viuda de su amante sin revelar quién es, pero el proceso de enamoramiento de ella hacia Thomas no formaba parte de lo previsto por el repostero de Berlín.
No voy a cometer la torpeza de "destripar" la película y menos contar el final, pero sí compartir con ustedes la "magia de los sueños" que de vez en cuando hace presencia entre nosotros para contribuir, de manera mágica también, en los guiones de nuestros sueños. Me fui a la cama tras disfrutar, por segunda vez, de la película y, por estas cosas de la magia de los sueños, no sé por qué (ni creo que jamás lo sepa) involucré a Stefan Zweig en la película, en la cual aparecía el escritor alemán como el relator del filme (interpretado por Bruno Ganz). En mi sueño, es Zweig quien, perseguido por la Gestapo alemana, decide destruir el libro que da pie a la película. En su fuga precipitada por un bosque y al atravesar un río, cae la última hoja de su libro al agua y se pierde río abajo. La cámara logra captar la última frase de la hoja: "Ich will dich immer lieben, ich werde dich immer lieben" ("Quiero quererte siempre, siempre te querré").
He buceado en mi memoria y en las anotaciones que tengo hechas en los libros de Stefan Zweig, en busca de la dichosa frase y, como es lógico, no la he encontrado. La frase no es suya ni existe, es la aportación de la "magia de mis sueños"...y, por tanto, sin ningún valor.
Desperté con la radio encendida y con la "no noticia" sobre la famosa foto de los líderes de la OTAN en la cual los encargados del protocolo de la Moncloa habían sentado juntos para la cena al homófobo primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, y al marido del primer ministro de Luxemburgo, Gauthier Destenay. Me entró un ataque de risa que despertó a mi mujer. Si hubiese estado plenamente despierto no creo que la risa hubiese sido mi reacción normal, pero mi despertar todavía estaba en terreno de nadie, entre lo onírico y la realidad.
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