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¿Quién pagará la fechoría?

8 de Julio del 2022 - J. J. J. Suárez González (Gijón)

El día 13 de marzo, LA NUEVA ESPAÑA me publicaba en esta misma sección (lo puede encontrar usted en el buscador) un artículo bajo el título de “Pacto de rentas”. Por aquellos días la gente estaba a otras cosas, hacía pocos días de la intervención militar rusa en Ucrania y también había asuntos domésticos que, sin ser baladíes, eran buenos para distraer la atención del respetable; así que, seguramente, aquel escrito pasó sin pena ni gloria, aún menos pena y menos gloria que otros del mismo autor. La verdad es que es uno más feliz si no se entera de nada.

Cuando los bancos centrales empezaron a imprimir dinero fiat por billones y a repartirlo gentilmente a ciudadanos, empresas y estados, también fuimos muy pocos los que dijimos que aquello traería desagradables consecuencias. Yo no recuerdo artículos criticando aquello ni sesudos tertulianos alertando de lo que pasaría, solo algunos, pocos, economistas, más en EE UU que en Europa, dijeron entonces algo al respecto. También dijimos cuatro gatos cuándo empezarían los sacrificios y que tendríamos una peligrosa inflación, que derivaría en hiperinflación y que acabaría en estanflación. Pero hizo falta que la gasolina se pusiera a precio de oro y que los alimentos subieran a la estratosfera para que la gente se diera cuenta, viera con sus propios ojos y sintiera en sus propios bolsillos lo que les habíamos dicho. No voy a culpar a los seguidores de Santo Tomás y no de San Agustín. ¿Por qué iban a tener fe en los gatos? Hacían falta pruebas. Pues bien, aquí las tienen, metan el dedo en las llagas y mojen.

Ahora todo el mundo habla del “pacto de rentas”, pero ¿qué es un pacto de rentas? Resumiendo: se trata de un acuerdo entre los agentes sociales (sindicatos y empresarios) y el Gobierno para limitar, o congelar, las subidas salariales y las pensiones a cambio de que las empresas limiten o disminuyan sus beneficios. La disminución relativa a la inflación de salarios y pensiones vendría reflejada en las nóminas, pero nadie controlaría, y fiscalizaría, el descenso de los beneficios de las empresas. ¿Lo han entendido? En efecto, serían otra vez principalmente los trabajadores y pensionistas los que pagarían el pato, los que pagarían la fechoría, como en la crisis financiero-inmobiliaria de 2008.

Puede que en esta crisis los que la han liado parda se vayan otra vez de rositas, como se fueron tras la crisis de 2008, o puede que no, yo eso no lo sé. Pero podría suceder que esta vez los gobiernos empezaran a caer como fichas de dominó. Seguramente por eso los sindicatos, que llevaban mucho tiempo desaparecidos, no precisamente en combate, han reaparecido enseñando los dientes con eslóganes muy llamativos. Recuperar a los trabajadores para futuras confrontaciones si cae el Gobierno afín es imprescindible. Los responsables de que hayamos llegado a esta situación están en los gobiernos, están en los bancos centrales, están en los organismos supranacionales, están en los poderes financieros internacionales, están en las direcciones de los bancos, están en los medios de comunicación y, lo peor, también lo son los ciudadanos, por consentirlo sin decir nada.

La guerra de Ucrania, para hablar con propiedad, las sanciones a Rusia, han agravado el problema que ya teníamos. Los precios de las materias primas se han disparado y, a pesar de los problemas macroeconómicos en EE UU, es tal el desastre en Europa, que tiene que importar gas y petróleo, que el euro ya está en paridad con el dólar. Como EE UU se ha convertido en el primer abastecedor de gas de Europa, quiere eso decir que hay que pagar su gas no solo más caro, por su forma de producirlo, por el transporte en buques y por la regasificación, también con el dinero devaluado. Es la tormenta perfecta. En este contexto, que puede ser explosivo socialmente, solo falta el detonante. Los que nos han traído hasta aquí no saben qué hacer, lo único que saben es que hay que echar la culpa a alguien no vaya a ser que la gente les pida explicaciones. Ya sabe usted a quién echan la culpa. ¿Pagarán otra vez los trabajadores y los pensionistas la fechoría? Yo eso lo doy por descontado. Pero la venganza no siempre es un plato que se toma frío.

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