Terrazas cronometradas
Es fácil que haya sido usted uno de los cientos de miles de clientes de bares y cafeterías de este país que, con la llegada de la pandemia del coronavirus, se sintió frustrado y deprimido, haciendo causa común con el hostelero.
Quizá sea también, como es mi caso, una especie de híbrido alienígena de los que defendió entonces a este colectivo, de viva voz y desde estas mismas páginas. Nada que añadir al respecto.
La hostelería, uno de los sectores más maltratados durante la pandemia, mal que bien, ha ido implementando más medidas para rentabilizar o sacar mayor provecho al retorno de los clientes al ocio, superando ese pésimo momento, y ve ahora, con relativo optimismo, cómo sus negocios crecen y recuperan parte del tiempo y dinero perdidos.
¿De dónde creen que sale ese dinero recuperado? ¿Les han congelado la renta? ¿Les ha subvencionado el Gobierno? ¿Les han bajado los impuestos o las cuotas de Seguridad Social? No señor, los paganini somos los “bienvenidos y fieles” clientes que hemos visto premiada nuestra fidelidad asumiendo un notable aumento en el precio de las consumiciones habituales, sin tiempo apenas para digerirlo.
De hecho, me acabo de cruzar hace un rato a un yonki en bicicleta y me ha pedido “prestados” 20 céntimos que le faltan para pagar su café de hoy, justo 20 céntimos más caro que su café de ayer.
Probablemente llegue a la conclusión de que los hosteleros se han contagiado de las insaciables ladillas que nos gobiernan, pero este no es el final. Ahora, algún lumbreras de este sector que, como en todos los sectores, nunca faltan, ha notado nuestras debilidades y ha tenido una ingeniosa y recaudatoria ocurrencia que suena a novela de terror de Stephen King: “Las terrazas cronometradas”.
¿Qué me dice? ¿Hay que ir en chándal y deportivas a tomar un café? ¿En moto o en fórmula uno a comer unas albondiguillas con patatas? Pues casi. Lo cierto es que actualmente lo mismo que antaño algunos bares o restaurantes establecían sus medidas del tipo “consumo mínimo”, o “solo puede sentarse a una mesa si va comer”, las condiciones apuntan a tiempo y cantidad de personas.
El monstruo que viene a vernos nos avisa de su llegada y a partir de ahora controlará el tiempo que pasamos en la terraza, y los horarios dependerán del tipo de consumo (bebida y/o comida) y número mínimo de comensales.
Al respecto y según informa “El Periódico”, en los bares de Barcelona, donde ya han empezado a aplicar estas polémicas medidas, las reglas son así:
Para el consumo en una terraza de un refresco, caña, o cualquier otro bebestible, dispondremos de 30 minutos.
Para comer, mínimo dos personas, el tiempo se extiende a una hora.
Si usted, excéntrico inofensivo, tiene pensado en ir a comer solo, olvídelo, no será aceptado.
Aunque reconocer estos hechos suene herético para algunos, tome buena nota de dónde estuvieron y dónde están unos y otros. Y no se deprima, no vaya a ser que, a base de tanto remar, se le quiten las ganas de seguir haciendo el memo, contribuyendo a que su vecino sea más feliz, a cambio de su infelicidad.
Un momento para la esperanza: los hombres tienen las pestañas más largas que las mujeres, aunque la excepción, doy fe, confirma la regla.
Saludos cordiales.
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