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Es tan difícil vivir

11 de Julio del 2022 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Y cada día más. Y el incremento de la dificultad entre hoy y mañana será menor que el de entre mañana y pasado.

Algo que, por lógico, no deja de ser tremendo. Lógico porque, al reducirse los recursos para la lucha y aumentar los del enemigo para luchar, fácil adivinar cómo la lucha va a terminar.

Tardé 57 años en darme cuenta de que la circunstancia era capaz de poder conmigo. A partir de ahí sé que ante ella, ante la circunstancia, soy uno más y, cuando quiera dejarme grogui, o liquidarme definitivamente con un KO contundente, lo va a hacer sin ningún problema ni miramiento

Esto unido al hecho de que la sociedad evoluciona a un ritmo, para mí, imposible de seguir, es lo que me hace exclamar: ¡qué difícil vivir!

Todo cuanto a uno rodea son circunstancias. Así pues, las hay de todo orden y tipo, tangibles e intangibles...

Las personas que a uno rodean, con las que uno trata, pueden ser una de las causas protagonistas de tus circunstancias. No es mi caso, no tengo relación alguna fuera de la familia, y será porque no nos encontramos ni en la casa ni en la calle, salvo en ocasiones excepcionales, no son generadoras de circunstancias de ningún tipo.

En los últimos días, las circunstancias intangibles se han manifestado y a la Seguridad Social me han mandado.

Lo conté en mi anterior. Me fui a Cabueñes, aguanté tres horas, prácticamente sin pacientes a la espera, a las tres horas, no pude más y me fui. Intenté por otros caminos, pero al final, anteayer, las hijas de... circunstancias me hicieron claudicar y otra vez p’allá.

El medio dicta las sensaciones de los que en él viven. Por lo que sea, experimento una cierta sensación de desconfianza hacia la SS. Quiero reiterarme para dejarlo claro, “sensación”, es lo que tengo. O sea, quede clara la diferencia entre “esti carajo tien una pinta de asesino que no puede con ella” (y resulta que a lo mejor ye un benditu) y “yo vi cómo esti carajo metía-y a otru 57 puñalades en el pechu”. Son dos coses muy diferentes.

Dicho lo cual, voy un poco con lo tal, con esta mi última andadura por la Social.

Llegué a las 11 y cuarto de la mañana. Esperas correspondientes, correspondientes pruebas... ¡ah! Que he oído algo sobre tratamientos personalizados. ¿Le han buscado el covid con el palito en la nariz? Mejor que no. A mí me lo buscaron dos días antes, ¡mecagon...! negativo. Dos días después, para confirmar, ¡mecagon...! Una hora después, una enfermera, o médica, no sé, muy agradable palito en ristre y yo: Disculpa, pero vengo de ahora, por segunda vez en dos días, hacerme la pruebita que ha dicho que nadita.

Es el protocolo.

¡Diosss...!

No sé si eran las dos, tres... de la tarde, sin probar gota de agua en todo el día, aprovecho que una enfermera se viene de tarea al fregadero, me levanto, para acercarme y no tener que gritar: ¿Si eres tan amable me dices para tomar agua?

¡Lo que daría por tener una grabación! El tono más arrecho y autoritario del Führer habría resultado plañidero al lado del suyo, al menos así me lo pareció a mí. ¡Usted no se levante de ese sillón! ¡Y no va a tomar agua!

No sabría decir cómo fue el mío, mi tono: ¿Y por qué no voy a tomar agua?

¡Porque no puede tomarla!

Le he preguntado a la médica y me ha dicho que sí puedo.

¡Usted puede mentir lo que quiera!

Sí, aquí no tengo duda, reconozco que grité: ¡¿Pero cómo tienes la desfachatez de llamarme embustero porque te da la gana a ti?!

Me agarra iracunda del brazo, lamentando no tener la fuerza de un cíclope para arrancármelo: ¡Déjeme ver su nombre!

Mira la pulsera y, no es que me suelte el brazo, quiere lanzármelo, y a mí con él, para que atraviese todos los techos, el tejado de la residencia y no aterrice a menos de cincuenta millas mar adentro. Se mete en el despacho de la médica. Regresa. Sí puede. Voy a dárselo –con el tono de, ¡con todo y vaso que con gusto te metería por la boca, o por donde fuera, hasta los sesos–.

Que tenía que quedarme a pasar la noche. Al mediodía del siguiente.

Casi se podría decir, constantemente, oía cómo atendían al paciente de la cama del otro lado de la cortina. Se ve que tenía problemas para controlar los esfínteres. Al mediodía le traen la comida: A ver cómo le sienta.

Llevo tres días sin comer...

No sé si fue mismamente al terminar o cinco minutos después: ¿Cómo le cayó la comida?

Bien...

Pues nada, puede ir vistiéndose, que ya se va para casa.

A continuación se me presentan con el yantar: A ver si quiere comer algo.

Bueno, La verdad es que apetito no tengo ninguno, a pesar de llevar tres días sin comer, pero vamos a ver.

Como un platico y el postre. Retiran los pertrechos. A continuación, sería una médica: ¿Ha comido algo?

Sí...

¿Y cómo le ha sentado?

Bien...

Pues nada. Ya le damos el alta. Puede vestirse. Aquí tiene el informe. Entregue esta hoja en recepción para que le llamen y le den cita con el especialista.

En tiempos de cuando, según, España era tan mala, una de dos, o el alta de verdad, ya no tenía nada que rascar allí, o trasladarte a otra habitación del ámbito del especialista si es que sí había algo más que rascar. Ni la mínima duda al respecto, con la seguridad que otorga la experiencia vivida. Ahora...

Pues yo no sé, es una sensación... Pero, coño...

Ah. A ver cuándo me llaman.

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