Padre nuestro, hágase tu voluntad en la Tierra
Vengo leyendo en la prensa que lo nuevo nos va a salvar de algo. Y me pregunto: ¿de nosotros mismos? El desarrollo científico y material en el último siglo, en general, no ha conseguido mejorar al ser humano. El que algunos “vivan mejor” quizá depende de que viven desinteresados de los demás. Los demás son el 85% de la población mundial, que vive con menos de 30 dólares al día, 800 millones que pasan hambre, o que no disponen de agua, ni de vertido. Son 70 millones de refugiados, 280 millones de migrantes, 73 millones de niños abortados, 275 millones que consumen droga más o menos ilegal y 1.300 millones que consumen la droga legal y letal del tabaco, 7 millones mueren todos los años y 1,2 millones por respirar el humo del fumador; esos son los que no deberían haber muerto. Para qué hablar del crimen y la delincuencia.
Es evidente que en lo que no se ha invertido es en el ser humano mismo, no se ha protegido su vulnerabilidad, no se le formado en valores y... ya no hay vuelta atrás. No parece que la amenaza nuclear y el calentamiento global asuste al personal. ¿Por qué?, quizá se trate de un mecanismo primitivo de supervivencia: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. O dicho de otro modo: “El hombre no está dispuesto a comprender cualquier verdad que lo compromete”. Los poderes políticos, financieros, y otros en el entresijo social, mueven las fichas; tienen que rendir beneficios aunque haya que adormecer la conciencia y responsabilidad del personal con decisiones, negocios e influencias de baja catadura moral.
Esperemos que la misericordia divina nos rescate de la funesta administración humana, sus avances, su propaganda y sus aterradoras consecuencias. “¡Mira! La tienda de Dios está con la humanidad. Él residirá con ellos y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Y les secará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni habrá más tristeza ni llanto ni dolor. Las cosas anteriores han desaparecido”. (Apocalipsis 21:3-8) Las cosas y los que las causan. “El opresor llegará a su fin, la destrucción terminará y los que pisotean a otros desaparecerán de la tierra” (Isaías 16:4).
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