Egoanálisis
Floto...
Bueno... alguien flota en algo.
No parece adecuado usar la primera persona del singular, pues no se siente un yo; no hay nadie que sienta un yo... un alguien.
Únicamente hay percepción. Una especie de conciencia instantánea, momentánea, sin conocimiento de la existencia de un ser separado, individual.
Todo rededor está impregnado por la presencia de alguna clase de líquido ligero, caliente y abrazante, que alberga ese estado de ingravidez y flotabilidad.
Se escucha... no; no es que se escuche. Es algo siempre presente, interiorizado; pero en un lugar inconcreto, indefinido. Es un pausado y rítmico latir de fondo, un pulso acogedor y maternal, que acompaña el tiempo sin tiempo de "mi" nada; un palpitar externo, que sin embargo forma parte de esta extraña ensoñación que es el ahora en "mi" existir.
Repentinamente, todo es una explosión de claridad. Ya no se oye el latido. Y hay unos sonidos fuertes, que más tarde conoceré que se llaman voces. También llantos que después sabré que eran míos, porque ahora aún no poseo autoconsciencia.
Tras pasar algún tiempo... seguiré sin la capacidad de reconocer mi individualidad, mi "yo mismo". Así, tras los primeros meses, para referirme a ese ser que soy, diré cuando consiga articular algunas palabras... "Fer tiene hambre, Fer tiene sed...".
Tres primeros años de contactos con la familia y los más cercanos desempeñarán un papel fundamental en el comienzo de mi autoafirmación. Más tarde la inclemente máquina social se hará cargo de mi "yo en formación". Y me convertirá en uno más: otro ser para una vida sin sentido.
O quizá con el único sentido de una vida sin sentido, el simple sentido de ser vivida (a pesar de ello, muchos se preguntan a menudo por él).
Sobre todo cuando asaltan pensamientos como el que susurra en mi cabeza que estoy tratando de perseguir un espejismo de evanescencia permanente y continuada, una realidad hipnótica y cotidiana, que se disuelve cada vez que los párpados caen vencidos al agonizar la jornada.
Pero amanece de nuevo... y otra vez comienza el juego inacabable del acecho y el acoso. La persecución de un interés, de una idea, o de un logro. La monótona prisión cotidiana de la responsabilidad, la sumisión a la obligación, la reprobación constante de esta reiteración, este peaje continuo de uno mismo...
Y transcurrido algo de tiempo, los objetivos de provecho o rendimiento (logrados o no) carecerán de relevancia alguna. Ni siquiera la que pudiera aportar el gasto de energía que supuso conseguirlos, esa esclava obligación del consumo para la realización... esta inhumana insensatez por lo fútil, por cualquier beneficio inane. Y el consiguiente regodeo personal fruto de esas limosnas efímeras, no perdurables (si las hubo); dádivas baldías de satisfacción personal; orgullo subjetivo, que tampoco permanecerá...; vanidad de tan corta existencia...
Porque ese Yo a quien siempre intento complacer, ese alguien que vive dentro de mí, exigiendo dedicación y admiración, alabanza o rendición, me obliga. Tengo que "actuar" para él; sin tan siquiera saber por qué he de hacerlo. Y para sus propósitos, he de dirigir mi vida de forma inconsciente, sin la capacidad de poder ser mi propio dueño. Representar un personaje, varios personajes, para alimentar su insaciable complacencia.
Sin embargo ese ego sólo es un producto de mi memoria, únicamente el resultado de la práctica de un comportamiento repetitivo, redundante. Memoria de mí mismo, de mi hábito; porque soy solo eso: memoria. La memoria de todos mis "yoes" anteriores. Yuxtapuestos y acumulados a lo largo de mi existencia:
-Papel vital de Hijo, si las circunstancias me lo exigieran, porque Padre o Madre estén presentes.
-De Esposo, porque mi Mujer esté a mi lado.
-De Padre, si mi Hijo o mi Hija anduvieran cerca.
-El de Amigo Comprensivo y Reparador, si me confesaras una infidelidad de tu mujer.
-O el de Amigote Cachondo y Jaranero, si juntos berreamos al árbitro, en el estadio que nos une en nuestros colores...
Compendio de representaciones al natural, de personajes entrenados, ejercitados y encantados en el desarrollo de su papel. Casi siempre todos ellos una simulación, bajo las órdenes inapelables de ese tirano interior, ese director de escena, que nunca se sentirá colmado. Pues su existencia en mí solo tiene una finalidad: recibir su alimento. Y siempre se lo proporciono, a esa imagen valorada, a ese icono interior, ídolo jactancioso al que me subyugo. Que mueve y agita todas mis inquietudes...; ese quien creo ser... yo mismo.
Hay personas que dedican su vida a estudiar, a tratar y a medicar; a pretender poner "en orden" para sanar, algunas mentes ajenas. Mantienen la opinión de que la autoestima resulta uno de los pilares más importantes en los que se basa el bienestar psicológico del individuo.
Otras personas, actuando en sentido opuesto a esa búsqueda de la autocomplacencia, tienden a la sencillez, en los pensamientos y actos propios. Tratan de desvalorarse, de restarse importancia... y consiguen con ello que la vida les demuestre de forma permanente lo errado que es creer en un yo.
Una autosugestión que solo existe por ser memoria acumulada de lo que fui.
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