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Presas y la caja de magdalenas

29 de Octubre del 2010 - Mónica García Cuetos (Laviana)

Todas las muertes producen desgarros ¡quién lo duda! pero algunas dejan tras de sí un rastro de dolor muy profundo. La inesperada muerte de José Antonio Presas, el pasado día 13, es una de ellas. Cuando me acerqué a su capilla ardiente, en el polideportivo de Laviana, el llanto de todos los presentes me hizo pensar que así era.

Yo conocía a Presas desde siempre; formaba parte de mi paisaje humano de Laviana como yo del suyo; aquí vivimos y éramos casi de la misma quinta. A pesar de que el fútbol nos hiciera coincidir, tuvo que ser un mal momento personal y profesional mío el que nos acercó definitivamente. La ocurrencia de que el ejercicio físico podría ser un alivio, me llevó a plantearle que quería empezar a correr. ¿Corriste alguna vez?- me preguntó. Mi negativa no borró su sonrisa socarrona. Me propuso un plan de trabajo tan sencillo como sensato que incluía recomendaciones sobre recorridos, duración, frecuencia, intensidad, indumentaria. Las revistas del corazón están plagadas de famosos dispuestos a pagar cantidades de dinero escandalosas a preparadores físicos convertidos ellos a su vez en celebridades. Presas hubiese podido hader fortuna en cualquier gran ciudad dedicado a estos menesteres pero con acuerdos como el nuestro estaba muy lejos de lograrlo: su cualificadísimo asesoramiento a cambio de una caja de magdalenas caseras y mi palabra de no abandonar con la aparición de las primeras agujetas. Quienes lo conocieron bien saben que con eso el trato quedaba cerrado. Me sorprendió que no pareciese albergar duda alguna sobre mi éxito pero más tarde comprendí que su seguridad tenía que ver con su peculiar habilidad para pedirte cuentas sobre el trabajo realizado.

Los buenos maestros los son por sus conocimientos pero sobre todo por su generosidad para ofrecerlos sin reserva alguna. Presas era un maestro generoso, que no escatimaba esfuerzos; estricto y riguroso cuando era necesario pero a la vez cálido y cercano.

De la mano de su asesoramiento llegó la oportunidad de conocerlo y la posibilidad de descubrir a un hombre maravilloso, directo, ingenioso, con un sentido del humor que para mí resultó terapéutico. Tuve la sensación de que la vida le había dado muchas cosas pero ninguna gratis; había pagado por todas ellas y algunas le habían salido muy caras. En ese recorrido se había hecho fuerte y sabio.

No es cierto que la brevedad hace que las cosas sean mejores, al contrario, a mí con Presas me faltó tiempo, tanto, que envidio el que tuvieron otros más afortunados y por eso entiendo el llanto de Pepe, de Gaspar, de Javi, de Jorge, de Magnolia como ellos supongo que entenderán el mío.

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