Memoria y paz

17 de Julio del 2022 - Laura María López Varona (Cangas de Onís)

En la Transición Democrática la paz se evocaba como valor supremo, como conducto hacia la prosperidad, como logro de todos, tras tanto sufrimiento y tanta concesión por ambos bandos, y como tesoro nacional de miles de quilates que no dejaba de estar acechado por los ladrones de la reconciliación.

La situación actual presagia, con demasiada claridad, un trastorno general del país, porque chocar con las opiniones políticas empieza a ser peligroso. El Parlamento ha sido testigo de cómo los diputados de izquierdas hablan libremente en nombre de sus legítimos representados (que les han otorgado su voto en las urnas) y son escuchados. Pero también de cómo estos parlamentarios se van del hemiciclo cuando los diputados de Vox, que tienen el mismo deber de hablar por boca de quienes les han votado, ejercen legítimamente el mismo derecho. Se concede que se investiguen los crímenes del GAL, posteriores a la Guerra Civil, pero se niega la investigación de los asesinatos de los religiosos y laicos que el comunismo naciente perpetró y que dieron lugar a la contienda.

Es el doble rasero, otra vez; es la medida arbitraria lo que revuelve las entrañas, lo que rompe el temple. ¿Quieren que los españoles adquieran un conocimiento útil con la ley de Memoria Democrática? ¿Quieren justicia? Pues investiguen todos los crímenes, desde 1930 en adelante: los asesinatos de los religiosos y laicos que, antes del levantamiento militar, fueron perseguidos y salvajemente asesinados por profesar el catolicismo; los crímenes de la guerra de ambos bandos; los de la dictadura; los asesinatos perpetrados por ETA, y el terrorismo de gobierno del GAL. Investiguen todos estos episodios nacionales, porque queremos saber qué cosa pesa en la balanza de la Justicia y de la memoria colectiva cada uno de ellos. Emborráchense de violencia, hártense de barbarie, resuciten a esos hombres furiosos y armados, sin freno alguno al desbordamiento de sus pasiones, que mataban sin perjuicio de averiguar luego si habían tenido alguna razón para hacerlo. Revivan también a los instigadores cobardes, que encendían la ira en los demás mientras ellos se escondían detrás de los visillos. Sumérjanse y revuelvan las aguas del río de sangre, pero no solo en los puntos menos hondos del lecho. Sean valientes, ya que van a escribir la Historia como si fueran los vencedores, y no los vencidos, porque no duden que los ojos despabilados de los españoles sabrán ver los costurones y remiendos del tapiz que tan hermoso anverso pretenden mostrar.

Complázcanse en estos menesteres, gasten su tiempo y nuestro dinero en sus recreos sangrientos del pasado, pero cuiden que los ciudadanos corrientes, que no pertenecemos a su elevada clase social (la única pudiente, la parásita clase política), lleguemos todos a nuestros hogares a coronar las fatigas del día y encontremos la paz, a la que tenemos legítimo derecho por título hereditario que la Transición legó a las posteriores generaciones de esta gran y noble nación, tan mal administrada y tan poco querida de sus gobernantes.

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