Sin droga, sin violencia, sin ruido, música para el alma
Si los niños están de vacaciones pero los padres trabajan, los abuelos nos ponemos las pilas para resultar interesantes a cambio de un mundo tan atractivo como el cole. Pues eso, paseaba por el paseo de la Independencia una mañana de viernes con mi nieta Lucía, de diez añazos, buscando algo de música sin ruido y... ¡lo encontré!. Un joven barítono de veintitantos años entonaba con potente y preciosa voz la romanza de una ópera en italiano. Observé a Lucía, que no ha estado en la Scala de Milán, para ver el efecto que le causaba, y... sí, me pareció que le gustaba. Ahora tenía que reforzar en ella la idea de que lo verdaderamente valioso merece un aprecio.
El mundo actual promueve demasiada mediocridad y vulgaridad, por no decir basura, por encima del valor de lo ético y estético. Demasiada gente joven es atrapada por la corriente sin rumbo de una generación abandonada a su aire, que después ya no se puede devolver a la vida hermosa, la vida en orden de paz, justicia, amor y belleza, a la que podían haber optado. No solo la gente joven, ni siquiera la gente de mediana edad, se paraba a escuchar aquella hermosa música, en algún caso, solo una persona mayor. Bien, pues con la idea de apreciar lo bueno cuando lo encuentras, me acerqué con Lucía para saludar al joven.
Traté de compensar con una propina en la gorra que tenía en el suelo, un poco del tiempo que iba a sustraerle, y le pregunté cómo se llamaba, me respondió amable: Jonatán de Dios. Y le dije: ¿estás de acuerdo conmigo en que la música, la verdadera música es la más espiritual de las artes? Mientras pensaba la respuesta, añadí: tu voz me ha hecho sentir algo especial, esa música ha transportado mi corazón a un lugar hermoso, te lo debo, cuando piense en cómo compensarte, volveré. Después de eso, mi nieta y yo fuimos a buscar a Grace Kelly y tomamos un vermú, sin dejar de disfrutar escuchando la narración del momento que Lucía hacía con entusiasmo para su abuela.
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