Del modo y maneras del vestir de hoy
Que la civilización occidental va en retroceso ya hay muchos que lo apuntan, si no lo barruntaban algunos ya hace años; de manera que aquella imagen que muestra la evolución humana donde un simio cuadrúpedo va evolucionando hasta nuestros días hacia una posición eréctil y deviene en el hombre actual, ahora como por efecto de una moviola siniestra comienza a ir hacia atrás.
Una evidencia empírica fácilmente constatable de que algo está cambiando es la forma de vestir, elemento de referencia simple y gratuito a la vista de todo el mundo y en el día a día.
Podemos analizar el vestido y la forma de vestirse desde múltiples ángulos, desde el más elemental -la necesidad de protegerse de las inclemencias del tiempo- cuando nuestros ancestros fueron perdiendo el pelo, hasta convertirnos en monos desnudos y tuvieron que idear algo más adecuado que una simple hoja de parra, que además de no dar calor, ni siquiera servía para tapar las vergüenzas, porque el supuestamente vergonzoso contenido, por efecto de la contracción térmica durante los crudos inviernos, era incapaz de servir de sujeción al mencionado complemento vegetal. Lo más probable es que inicialmente sería echándose encima pieles de animales, como todavía lo hacían los habitantes de la Tierra de Fuego en el sur austral de Argentina y Chile, según relataron los exploradores españoles de hace quinientos años.
A medida que las sociedades primitivas fueron evolucionando también lo fue el vestido, adaptándose en cada caso a necesidades concretas. En este proceso, hubo, evidentemente avances y retrocesos. Un ejemplo de esto último fue la introducción de las camisolas hechas de anillos de hierro o cotas de malla que se complementaban con armaduras. Con el tiempo sé fue desechando su uso por incómodo, porque eran muy pesadas, poco flexibles y con el inconveniente añadido de oxidarse fácilmente, en cuanto caían cuatro gotas y poner la ropa interior hecha un asco. Con el desarrollo de estructuras sociales más complejas, la indumentaria sirvió también para visualizar, marcar y reforzar las jerarquías de poder y riqueza, por medio del uso de vestimentas más elaboradas, hechas con materiales más ricos, etcétera. El vestido pasó a ser un elemento clave de distinción social. Y no solo eso, era también una manera de mostrarse, de respetar y ser respetado por los demás. Es decir, que el vestir ha sido y sigue siendo un aspecto importante de nuestra forma de vida, aunque se empiezan a evidenciar ciertos signos inquietantes de involución.
Por ejemplo: el uso de pantalones con más agujeros que un queso gruyere, llenos de rasgaduras y deshilachados, eso sí, mostrando el icónico símbolo de algunas de las mejores marcas de moda. Prenda representante de lo que se podría llamar el estilo PPP (pijo pordiosero pobre). Un verdadero insulto a la gente que realmente viste así por necesidad y que, a diferencia de los PPP, no pueden revertirlo cuando quieran.
El uso de botas de cordones desparramados, dos o tres números mayores, de pantalones largos que parecen cortos o al revés -cortos que parecen largos- con el inicio de las perneras a la altura de las rodillas o poco más, que se suelen llevar bajos hasta el inicio de la línea divisoria de los jamones, de manera que permita ver la estética ropa interior con sus variedades de colores y estampados, incluido el atigrado, completado con la puesta encima de dos o tres camisas o camisetas, algunas de ellas con más texto que muchos libros, colgadas sobre los hombros al tuntún, como perchas vivientes y siempre por fuera de los pantalones. Y para finalmente completar la cosa, no podía faltar la gorra de beisbol con la visera colocada lateralmente para proteger se supone, el pabellón auditivo correspondiente, o la nuca, en este caso como producto de una sabia intuición: la de salvaguardar el bulbo raquídeo -reminiscencias de nuestro antiguo cerebro reptil, sede de los instintos y las emociones más básicas-, dejando a su albur a la parte del cerebro pensante, que, por falta de uso, puede considerarse de segunda categoría. Prendas todas ellas que representan el paradigma de la indolencia, vagancia y pasotismo de sus portadores, dignos representantes del estilo PA (pasotista urbano).
Qué decir de la utilización de tallas mínimas de "shorts" y "tops" -antiguamente llamados justillos- usados por nuestras más jóvenes y reivindicativas féminas como bandera en su lucha en pro de su reconocimiento intelectual y no por sus curvilíneas anatomías. Es el llamado estilo NC (ninfa-comprimida).
Y, por no alargar más de la cuenta este comentario, añadiría como última prueba de decadencia y retroceso el uso de trajes de una o dos tallas menor que la adecuada, con chaquetas a punto de reventar por sisas y ojales, a la par de pantalones estrechos, que estilizan tanto a sus portadores, sobre todo cuando estos se encuentran en las edades de la vida donde las carnes se aflojan y la grasa se deposita en los lugares más inconvenientes y visibles, les convierten en barriletes apenas sostenidos en pie por dos escuálidos palillos, coronando el conjunto con mucha frecuencia por cabezas rapadas que disimulan clamorosas calvas. A este estilo se le conoce como JRG (joven rancio grotesco).
Lo dicho, vamos para atrás.
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