A quien corresponda
El pasado 27 de junio, mi esposa, Dña. Mercedes Villaverde Álvarez, sufría una hemorragia cerebral que posteriormente causó su fallecimiento. Sobre las tres de la mañana, mi esposa se despierta con un dolor terrible de cabeza y poco a poco se va deteriorando de forma implacable, presentando los síntomas típicos de un ACV. En ese momento llamo al servicio de urgencias 112. Datos y más datos. Indicamos y sugerimos que la ambulancia venga con un médico que nos pueda ayudar. ¿Y qué pasó? Pues que la ambulancia tardó unos veinte minutos. No es justificable; mi domicilio se encuentra a 2,5 kilómetros de Oviedo y a esas horas de la mañana el desplazamiento debe de ser muy rápido. El tiempo pasa y la ambulancia no llega; yo estoy pendiente de la carretera mientras mi hija atiende a su madre en esos momentos terribles. ¡Por fin, veo la ambulancia! Y pasa a toda velocidad, más allá de mi domicilio. Otra vez a esperar; por fin llegan a mi domicilio, se bajan dos técnicos de ambulancias. ¡Y el médico! No se encuentra por ninguna parte. Nadie me dice nada. Y yo me pregunto, ¿quién lo ha decidido? ¡El protocolo! Mi esposa estuvo cotizando toda la vida, nunca molestó a la Seguridad Social, y cuando lo necesita de verdad no se le da la asistencia necesaria. ¿Por qué? Por los protocolos. Pues yo digo: ¡al diablo con los protocolos burocráticos! Pero sí, quiero protocolos: protocolos de empatía, protocolos de comunicación, protocolos de humanización y responsabilidad, protocolos de ayuda, protocolos de compasión, protocolos de ternura, protocolos de cariño, protocolos de consideración, protocolos de cultura, protocolos de afectividad, protocolos de rigor y formación, protocolos de respeto y vocación, protocolos centrados en el enfermo y su familia, que también está sufriendo. En fin, la reflexión, después de tanta indignación, es la siguiente, ¿con qué nos quedamos con el protocolo, es decir, con la burocracia o con el paciente? ¡Mucho mejor con la persona!
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