¿Sueñan las IA con robots eléctricos?
¿Cómo financiar y motivar la actividad de las personas cuando la riqueza se genera ya en fábricas sin luz, cuando se eliminan empleos y salarios, cuando los volantes se mueven solos y ya los taxis vuelan como drones en los cielos de Hong Kong? ¿Cómo motivar a los europeos hacia el futuro y su procreación, cuando la motivación de los africanos hacia el sueño europeo y la necesidad de procrearse es algo en ellos consustancial? Estos dos enunciados determinan un inequívoco destino, solo queda, pues, la utopía del tributo solidario; así que, riqueza y poder tienen la palabra.
¿Y si con los tributos se estableciera una devolución (a las personas y a las empresas) de parte de la cuota que hayan pagado a la Seguridad Social al cotizar por ciertas ocupaciones? La cuantía (que podría ser nula) dependería de las ocupaciones, la propia cotización, e incluso podría llegar a ser más si funciona y se hace crecer la economía. La cantidad la calcularía un algoritmo (fácil) en función de ciertos parámetros de entrada (transparentes) con el objetivo de buscar la mejor respuesta de salida en riqueza y total empleo. Se tendría en cuenta: la ocupación, la empresa en que se desarrolla o un territorio, y, obviamente, el resultado de salida creciente de riqueza (sin riqueza nada es posible). Sería utilizar los tributos para inyectar dinero al sistema mediante personas por su actividad en sus ocupaciones, y favorecer también a las empresas que las tienen contratadas. Piensen que si la gente deja de comprar y consumir, las empresas cierran y nos dirigiríamos a la nula productividad, cuando aún hay mucha necesidad en este mundo. El objetivo sería motivar la aparición de miniequipos de emprendedores en actividades diversas, y ayudar a emerger servicios de persona a persona, y a la propia economía sumergida. O piensen en alguna otra alternativa, pues se están generando víctimas y estas, al final, engendrarán regímenes totalitarios. Porque no lo duden, víctimas ya hay y llegarán a ser más.
Hoy en día nos llaman por teléfono a casa robots ofreciendo servicios y, a no tardar mucho, esos robots ofrecerán servicios a otros robots que en sus islas de producción estarían generando riqueza para sus propietarios humanos. Serían las extremidades de una IA que sueña con ellos y con enriquecer a su feliz dios humano. Las IA, con sus equipos de robots, competirían entre sí y todas tendrían la misma finalidad: la que triunfe se lo quedaría todo para su amo. El cual, viviendo en grandes mansiones, siendo atendido por androides y algunos esclavos humanos, apenas percibiría cuando, en nanosegundos, su IA hubiese sido derrotada por otra IA de un competidor: lo que le habría dejado en la ruina, desahuciado y en la calle, e, indigente, sería perseguido por robots policía prestos a sacarle de ellas.
La humanidad se iría así reduciendo a unos pocos seres inútiles y decadentes, mientras que la IA triunfadora continuaría seleccionando situaciones de triunfo para su amo: el último e inútil gran amo (que acabaría muerto de melancolía y soledad cuando el karma de su realidad le alcanzase). Se habría conseguido así la perfecta IA para ocuparse de los robots, de su evolución y de su expansión al sistema solar, y, quizá, ir más allá (los Voyager ya están viajando). Parece ser que el imaginativo Homo sapiens no ha sabido imaginar este final para su especie. O quizá Philip K. Dick sí.
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