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De la invasión de Ucrania y otras soledades

5 de Agosto del 2022 - Celso Peyroux

Ser en la vida solitario (cada uno por su lado) o ser solidarios (todos juntos cuidando los unos de los otros). “That is the question”, como escribe Shakespeare. Por el cambio de una sola consonante se altera el sentido de la palabra y, a buen seguro, que todo lo que la frase implica. ¡Qué disparate hablar de solidaridad con los tiempos que corren!, dirán algunos. ¡Qué razón hay tan profunda en esta reflexión!, que dirán los menos con el corazón encogido.

La vida ha sido siempre un valle de lágrimas y la Humanidad desde que somos hombres y mujeres ha tenido más sufrimientos que alegrías. En la Prehistoria (miles de años antes de Cristo) se vivía en comunidades y todo se repartía: grano, carne, hortalizas, ganado y los pastos eran comunes para unos y otros. Eran una familia. Ahora no solo no se reparte sino que nos robamos los de aquí a los de allá y estos a aquellos como pirañas, buitres y lobos.

Ante tan infame acción se hace necesario volver la mirada hacia atrás para rescatar la dignidad perdida y los valores de nuestros padres, cuando su palabra era un documento ante notario. El verbo ha sido mancillado y retorcido como el tronco de un castaño, cuando el don de la palabra es lo más grande y preciado que tiene el ser humano para poder comunicarnos y diferenciarnos de los animales irracionales.

Hoy todo se basa en hablar de: consumismo, el poder adquisitivo, el azote mediático, la subida de los precios de la luz, el gas, los impuestos, el aceite, la carne, el pescado, los carburantes… Qué duda cabe que es nuestro bienestar y siempre buscamos lo mejor. Pero tenemos que volver la vista hacia atrás para recoger y dar la mano a los que se nos quedan por el camino. Seguimos siendo barro mal cocido -como escribe el poeta León Felipe- con un razonamiento compuesto por la masa gris del cerebro que se disipa como una nube pasajera cuando llega el amor.

Pero notablemente, por algo supremo, sublime y arcano que está por encima de todo se encuentra el ánima o la también llamada conciencia y consciencia del ser humano. La que nos señala los caminos del bien y del mal. Si invocamos al alma -como dice María Zambrano-, el alma nos responde. Hay pues que estar atentos a sus señales. Pero no sabemos escuchar, ni siquiera oír y sobre todo no sabemos meditar. Nadie nos enseñó en escuelas, colegios ni en la casa paterna a dedicar un tiempo a la meditación. El alma se mueve por sí misma sin ser notada pero la ciencia y sus investigadores prefieren ignorarla porque hombres de fe, agnósticos o ateos se sienten incapaces de llegar a su hondo misterio. Y un día, sin previo aviso, se va el alma de nuestro lado llevándose al ser donde estuvo alojada.

Pero es que también tenemos el corazón, que es la verdadera casa del hombre. El único miembro del ser humano que tiene sonido. Que habla. Que canta. Que llora. ¿Se han parado alguna vez a escucharlo? Ahí está, palpitante, sin parar dentro del pecho ni un solo momento. Pero falto de palabras tiernas, él si tiene el deseo de salir un día a coger un rayo de sol, oír los clamores del viento y darnos la mano para pasear por una vereda verde y luminosa oyendo el trino de las aves o los gritos y enredos de los niños.

Sumario: De la necesidad de estar atentos a nosotros y a los demás en un mundo que no deja de tropezar en la misma piedra

Destacado: ¿Seremos entonces, cuando llegue la buena nueva de la Paz, capaces de recuperar el tiempo perdido?

El ser humano es lo más bello de la naturaleza pero su alma, corazón y razonamiento son pasto de un incendio provocado por: la codicia, la soberbia, la mentira, la ambición, la lujuria, la envidia, la venganza, la denuncia cainita y todos los pecados capitales que anidan dentro de nosotros.

Si ignoramos y hacemos como el avestruz metiendo la cabeza bajo el ala qué no haremos con los millones de seres que no tienen un mendrugo de pan para llevarse a la boca. Qué no haremos con los miles de niños se que mueren cada día ante la mirada ausente y el beneplácito de una sociedad injusta y consumista.

Estamos en tiempos de guerra. El hombre no aprende de la Historia -dice un aforismo bastante manido- y por ello está obligado a repetirla. La invasión de Ucrania es como si hubieran allanado nuestra casa y por ello debemos ser solidarios y no solitarios y sobre todo llamados a una indignación global.

Nunca he encontrado en un pasaje literario un paradigma más ilustrativo para mostrar, a través de la expresión corporal y del verbo, aquel pasaje de Pedro Calderón de la Barca en su inmortal obra de “La vida es sueño”. Segismundo en su prisión sueña y medita sobre la vida como un soplo efímero de la existencia del hombre a través de un estado emocional pleno de imágenes visuales, de sonidos y de sensaciones. “Soñar -como dice el emperador Adriano en sus memorias- es encontrarse con la nada y ello prueba que cada noche dejamos de existir”. Y mientras tanto, el cautivo Segismundo sigue soñando con la libertad y el deseo de la sobriedad, de la igualdad entre los seres humanos y de ser felices con aquello que tenemos. Porque no es más dichoso el que más posee, sino el que menos necesita para vivir. Y Calderón de la Barca escribe sobre los ínfimos elementos para subsistir: agua, pan, techo y amor, que los seres humanos necesitamos en este pícaro mundo sin que la codicia se interponga con sus deseos avaros entre la humildad y la ostentación de sus virtudes.

Pues sí. Miremos hacia el camino andado y “…al volver la vista atrás…” (Antonio Machado) recojamos de la penuria y la injusticia a aquellos que pasan hambre, sed, persecución, violaciones, malos tratos o la invasión de su suelo natal. La tierra, el lugar sagrado donde se ha nacido, es como el alma del hombre. Si no la tienes, si te la han usurpado, nada eres.

Así ocurre, en estos momentos, con Ucrania a manos de un psicópata despiadado y cruel de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero el aforismo bíblico siempre se cumple: “El que a hierro mata a hierro muere”, y más temprano que tarde se encontrará con lo que se merece.

¿Seremos, entonces, cuando llegue la buena nueva de la Paz, capaces de recuperar el tiempo perdido? ¿Volveremos a vivir en comunidad, como nuestros antiguos patriarcas, y a repartir con justicia los bienes que en préstamo nos ofrece la tierra? Alguien me llamará iluso y razones no le faltan. Pero, ¿por qué no ver en el horizonte, entre los arreboles de la tarde, un lucero colmado de esperanza mostrándonos la verdadera senda de zarzas y flores silvestres por la que ha de caminar nuestra Humanidad mendiga y harapienta?

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