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Después del incendio, ¿qué?

6 de Agosto del 2022 - José Antonio Flórez Lozano

“Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada” (Goethe).

Sumario: El impacto de este tipo de catástrofes en la salud física y mental de las personas afectadas

Destacado: La profunda frustración de muchas personas (¿por qué a nosotros?) contribuye a generar una sensación de indefensión y desesperanza, ingredientes necesarios para cualquier perturbación psicosomática

Asistimos perplejos e impotentes a la quema de bosques en nuestro país, incendios por todas partes que arrasan la flora, fauna y poblaciones. Se ha hablado hasta la saciedad del impacto ambiental, económico, ecológico y, por supuesto, de la posible pérdida de vidas humanas. Pero nada o, muy poco, se ha dicho del impacto de este tipo de catástrofes en la salud física y mental de las personas afectadas. Fuego, humo y cenizas en los bosques de toda España. Miles de hectáreas de árboles autóctonos, arrasadas. Inmensas pérdidas, daños incalculables y presupuestos ingentes para afrontar la repoblación forestal. Esta catástrofe ecológica, puede quebrar el sentimiento de seguridad de las personas de ese medio, incluso llegar a poner en cuestión sus propias creencias e ideales de toda la vida. Siempre hay un antes y después. Un después descrito por un paisaje carbonizado, tétrico, dantesco y trágico. Algunas víctimas quedarán marcadas de por vida y se limitarán a llevar una vida anodina y sin ilusión. Una persona afectada describe de pronto he echado de menos aquellos paisajes en que el tiempo era mi amigo y me regalaba la calma templada de una tarde desde el porche de mi casa. De aquel entonces conservo perfectamente las canciones de los pájaros y el eco del vértigo que fueron los días… Vivía en ese paisaje de perfume y color bajo el mandato de la despreocupación… Ahora todo es de otra forma, como si de repente apareciera una densa niebla… Y surge el dolor de estar viva, de no saber si vivir merece la pena… En el páramo carbonizado por el fuego, surge la esperanza de la vida… Pero, sin duda, las personas afectadas serán especialmente vulnerables en su salud.

Una persona decía: la vida se me ha llenado de muertos muy próximos como árboles caídos después de un huracán… Desde hace tiempo, al asomarme al porche de mi casa, siempre tenía una sonrisa como el sol, ahora siento mucha angustia y desgana para vivir… Me siento vulnerable y ese paisaje calcinado es como la catástrofe de las ausencias… Y no puedo vivir… ¡No quiero vivir! Otras personas, tal vez, se readaptarán parcialmente y atenderán sus necesidades de forma inmediata. La profunda frustración de muchas personas (¿por qué a nosotros?) contribuye a generar una sensación de indefensión y desesperanza, ingredientes necesarios para cualquier perturbación psicosomática. Sin duda, en los próximos meses aumentarán los trastornos psicopatológicos en muchas personas que han perdido su entorno natural (paisaje, cosechas, animales, casas, etc.). Las farmacias y las consultas médicas en los centros de salud son quizá el mejor lugar para comprobar los efectos de esta explosión de ansiedad, angustia y depresión. Los afectados reviven el suceso una y otra vez, rehúyen el contacto con cualquier persona que les recuerde el acontecimiento, están en alerta permanente, experimentan síntomas físicos, abusan de fármacos, alcohol o drogas. Son personas que sufren el rigor del estrés postraumático. Las recetas de todo tipo de ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos se dispararán en las personas afectadas. Sabemos que la salud es un difícil equilibrio con nuestro medio ambiente. De ahí, que la destrucción del medio (la quema de los bosques) sea uno de los agentes estresantes más potentes, inductor por supuesto, de numerosas enfermedades. Imaginemos una persona que vivía en las proximidades de uno de los bosques calcinados. Al levantarse temprano, podía respirar un aroma de pino, eucalipto y de múltiples flores silvestres. Disfrutaba asimismo del trino y alegría de los pájaros y de un paisaje único, protector de su propia salud.

Ahora, sin embargo, contemplamos un paisaje carbonizado, fúnebre y triste como antesala de la muerte. El “olor quemado” es insoportable, y la monotonía negra del paisaje es ciertamente impactante. Una atmósfera de misterio, una sombra oscura, dibuja la soledad dolorosa y la melancolía ante el espectáculo dantesco de la naturaleza absolutamente destruida. ¿Dónde están mis árboles? ¿Dónde se encuentran los animales? ¿Qué fue de aquel cuadro paisajístico multicolor? Esta imagen ennegrecida despierta en las personas traumatizadas episodios de tristeza y melancolía. En fin, un cuadro ante el que no quiero despertarme porque el dolor y la desesperación son los aspectos más destacados de mi humor. Las caras de estas personas, antes alegres, ofrecen un rostro de profundo abatimiento, impotencia, cansancio y melancolía. Un silencio profundo parece reinar en ese espacio quemado y enlutecido. Algo similar a lo que pintó Edward Munch en su cuadro “El grito”. Un horror inenarrable, miedo atroz y una incapacidad de tranquilizarse; una angustia a flor de piel. Este paisaje es como un grito “desgarrador” que podemos ver en las personas afectadas con sus ojos inmensamente abiertos. Así, pues, muchas personas atrapadas por el fuego y la posterior catástrofe vivirán durante mucho tiempo el acontecimiento traumático de forma persistente. Un sentimiento de “extrañeza”, referido a “sí mismo” y a su entorno inmediato. Los trastornos psicosomáticos se disparan: problemas digestivos, hipertensión, neurosis, dispepsias, cefaleas, molestias cardíacas, trastornos musculoesqueléticos, trastornos génito-urinarios, taquicardia, palpitaciones, etc. Especialmente, los síntomas de angustia, ansiedad y los de aprensión, miedo y terror se extienden al igual que el fuego arrasador de fauna, árboles y matorrales. En fin, el impacto de este tremendo estrés potencia el riesgo de morbilidad y mortalidad. Siglos de paciencia, árboles centenarios carbonizados testigos de la infancia de sus bisabuelos. Suelo destruido que no dejará ver la próxima primavera. En fin, un entorno sin reloj biológico ni climatológico. En este paisaje carbonizado, el concepto de “sí mismo” y el de “autoestima” se ven sensiblemente deteriorados como consecuencia de la inadaptación progresiva sufrida por la catástrofe de la quema del bosque. En fin, un humor depresivo envuelve al sujeto como una gigantesca telaraña pegajosa, exhibiendo al mismo tiempo signos de irritabilidad, apatía, desgana y falta de energía vital. De ahí, la necesidad de realizar estudios de seguimiento a corto, medio y largo plazo que permitan vigilar la salud de estas personas y aplicar programas terapéuticos integrales, necesarios para calmar el “ardor del fuego destructivo” en la mente humana y renacer de las propias cenizas. “¡Ya no soy nada, sin mi naturaleza y paisaje!”.

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