Semblanza de don José Espiña
Don José se ha ido sin hacer ningún ruido. Unos días antes fuimos a verle y nos dijeron que estaba algo indispuesto, pero que pronto estaría bien y a los dos días nos llamaron para darnos la noticia de su muerte. Don José era un hombre que en ningún sitio llamaba la atención, pero donde participaba se notaba su presencia, porque siempre tenía una frase o una advertencia que enfocaba y orientaba los temas y las reuniones.
Le conocía desde que estuvo de segundo administrado en el Seminario, antes de ordenarse sacerdote, haciendo tiempo para que cumpliera la edad requerida por el Derecho Canónico. Luego como coadjutor en San Tirso de Oviedo, también como segundo de don Feliciano, que era el párroco, donde comenzó a trabajar con la JOC femenina. Y de la vida tranquila de Oviedo al nuevo grupo social que se formaba en Llaranes. Don Óscar Iturrioz, al ser nombrado consiliario diocesano de la JOC en el verano de 1960, le propuso en el Arzobispado para que fuera a cubrir el lugar que él dejaba en la nueva parroquia de obreros de Ensidesa, con toda la problemática que había de gente nueva llegada de todas partes. Se necesitaba un sacerdote acogedor e inteligente, que supiera actuar en aquel ambiente confuso y embrollado. Había que continuar con la labor parroquial comenzada con una pastoral especial, antes del Concilio, para fomentar el espíritu de comunidad que se había iniciado. Espíritu al que fue fiel, tomando conciencia de que la nueva parroquia debía ser una «una gran familia en la que todos se sientan hermanos y se esfuercen para llevar hasta sus últimas consecuencias el concepto del amor cristiano».
Habiéndose hecho ese mismo año el concurso oposición a parroquias de la diócesis, le nombraron en 1961 párroco titular de Santa Bárbara de Llaranes. Le tocó realizar su acción en unos tiempos turbulentos. Fue cuando comenzaron a moverse las ideologías políticas en Asturias, anunciando el próximo cambio hacia la democracia, y se notó fuertemente en aquella nueva comunidad que se formaba. Llegaron tiempos difíciles y don José nunca tuvo enfrentamientos con la empresa, pero siempre estuvo en medio de todos movimientos sociales que se dieron. Hubo encierros de obreros en la iglesia y supo estar presente y decir a la Policía que llegaba que en el recinto de la iglesia no se entraba, y le respetaron, permaneciendo los obreros hasta que decidieron a salir; se hacían colectas para el mantenimiento de las familias de los trabajadores castigados y don José participó siendo correo para entregar los donativos.
Subtítulo: Un sacerdote inteligente que supo actuar en ambientes confusos
Destacado:Llegó a crear una parroquia abierta a las nuevas corrientes, y sin vaivenes se orientó hacia una sociedad democrática
Llegó a crear una parroquia abierta a las nuevas corrientes, y sin vaivenes se orientó hacia una sociedad democrática. Desde el punto de vista de la Iglesia, el Concilio Vaticano II había abierto mucho las mentes en materia de libertad religiosa, y prontamente y sin dificultad la parroquia asumió sus normas y orientaciones, tanto en los cambios rituales como en la actuación hacia la sociedad. Como trabajaba por una parroquia abierta, inició con facilidad un diálogo con los feligreses mediante encuestas que facilitaron la toma del pulso de la realidad y sin problemas estuvo la parroquia comprometida con los cambios efectuados.
En los momentos de la transición llamó a unos y otros a la cordura y a la acción: «No hacer nada, esperar las soluciones sin nuestra participación activa y sacrificada» no debe ser nuestra postura, sino «cada uno tome conciencia de su responsabilidad en lo que es de todos, como es el país». Y marcaba como programa: «La verdad en la vida individual y colectiva, la justicia en las relaciones sociales, la promoción y defensa de los derechos humanos, el ejercicio de las libertades públicas, la responsabilidad en el cumplimiento de las leyes, el sentido de servicio en el ejercicio del poder y la construcción paciente y solidaria de la paz social». Para estas exhortaciones partía de una reflexión de la doctrina y espíritu del Evangelio, que debe inspirar las acciones de los cristianos tanto en la vida social como en la política. Tuvo sermones muy fuertes en momentos de una gran tensión social, el público temía que pudieran tomar medidas contra él, pero fue en todo momento respetado. Y con este espíritu de renovación que se acercaba en España, formó y dirigió los movimientos obreros de la HOAC y de los jóvenes obreros y estudiantes, que luego en la nueva época han tenido puestos de responsabilidad.
En el otoño de 1980, muy agotado, fue trasladado a la parroquia de San Tirso de Oviedo. Aquí la vida fue más tranquila porque era una parroquia de una gran tradición, donde realizó su labor parroquial y de asesor, pero sin aquellos saltos e imprevisiones de Llaranes. Los tiempos habían cambiado, se había creado una nueva sociedad y una nueva vida en las parroquias. Su estancia en San Tirso se extendió por quince años, en algunos con una salud muy delicada. Recuerdo que una vez que vinimos por Oviedo fuimos a verle y le encontramos muy bajo; a la media hora de estar hablando nos dijo: «No puedo más, me fatigo demasiado».
En el año 2007 se celebraron las bodas de oro de la parroquia de Llaranes, fue invitado y comimos en la misma mesa del arzobispo, don Carlos Osoro; en su momento, pasaron todas las personas de la parroquia a saludarle y a algunos se les escapaban las lágrimas. El Arzobispo comentó: «Ya quisiera yo que cuando me retire me puedan recordar con este sentimiento y cariño».
Cuando ya se vio sin fuerzas, se retiró a la casa sacerdotal, pero nunca dejó su inclinación por la parroquia de San Tirso, donde todos los días, mientras pudo, iba a decir la misa de las siete. Es grande el dolor de su pérdida para todos los que nos alegrábamos cuando le encontrábamos paseando, con un paso corto, por las calles de Oviedo y parábamos un rato porque siempre fue de una conversación fácil y agradable.
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