Desaparece la familia
Estamos construyendo una sociedad paralela a los países nórdicos, allí donde la familia se diluye y deforma. Solo importa uno y poco más. Los hijos y nietos, deseosos de huir del redil de la familia. Qué decir de tíos y primos, ya no existen, no se conocen.
¡Qué pena!, ¿verdad?
Una sociedad desarraigada solo cosecha individualismo, egoísmo y egolatría. No se comparte ni el cariño, que es gratis.
Educamos en fortaleza, no está bien visto el mostrar debilidades, todo por la lucha individual sin cuartel: el carácter, la personalidad, los valores, las creencias, las costumbres, la formación académica, la experiencia profesional... todo se basa en las habilidades interpersonales para mantenernos ajenos a la necesidad de apoyarnos en familia, amigos, compañeros de trabajo... todo por la individualidad.
Personalidades forjadas a base de corazas donde no puede entrar la felicidad de sentirse rodeado de seres queridos por arraigo familiar como antes existía; nos sentíamos con la responsabilidad y el compromiso de entender, comprender y querer a los de nuestra propia sangre. Todo ello redundaba en sentirse obligado con la colectividad, lo que es lo mismo: apoyo de los unos con los otros.
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