El despendole de la finlandesa
Quede claro que a mí me importa un pimiento las fiestas de la gente, lo que hagan o dejen de hacer en ellas, con quién coquetean o con quién se acuesten, pero me ha llamado mucho la atención las reacciones a la fiesta donde la primera ministra finlandesa aparecía en actitudes, digamos, llamativas por el cargo que ostenta, y algo “perjudicada”, según ella misma ha dicho, “no por las drogas, sino por el alcohol”. Me llaman mucho la atención las reacciones de los mismas y las mismas que criticaron a Bill Clinton, por su affaire con Monica Lewinsky; a Donald Trump, por unas nunca demostradas andanzas con prostitutas en Rusia; a Vladímir Putin (divorciado desde hace más de nueve años), por presuntamente tener una novia joven y guapa exatleta; o al mismo Rajoy, por mover el esqueleto de forma inocente sin que nadie le comiera el cuello o le tocara el trasero. Los bailes y borracheras del primer ministro británico Boris Johnson son un caso aparte, porque acontecieron en plena pandemia con la gente confinada y por ello ha tenido que dimitir. ¿Qué ha pasado entonces en el asunto que nos ocupa? Pues lo que ha pasado es que muchas mujeres se han sentido identificadas con la finlandesa, ha pasado que los prootanistas han cerrado filas con ella y ha pasado que el feminismo totalitario, al que le importa más defender supuestos derechos que el peligro de una guerra mundial, ha arrimado la ascua a su sardina. El relato ha sido divertido e iba cambiando a medida que los medios rusos nos iban regalando las fotos que aquí enseguida fueron censuradas y que la gente colgaba en Internet: “Pero si solo estaba en una fiesta con unas amigas”; “vale, también estaba con amigos, ¿y qué?”; “bueno, estaba haciendo cosas con los amigos, pero igual tiene un acuerdo de pareja abierta con su esposo”. Maravilloso y encantador.
Lo dicho, a mí no me importa nada lo que haga cada cual, ni tengo ningún interés en saber lo que hacía Lewinsky debajo de la mesa del despacho de Clinton, si Trump se fue de putas, lo bonita que es la novia de Putin, lo bien que mueve el pandero Rajoy o si la primera ministra de Finlandia solo estaba bailando o también le ponía los cuernos, de paso, a su esposo. Quizá el antiguo teniente coronel del KGB, que tiene razones para vengarse, nos servirá otra entrega con más detalles. A mí lo que me preocupó es que Bill Clinton bombardeara Sudán para despistar a la opinión pública de sus escarceos sexuales o que la primera ministra de Finlandia haya acabado con la neutralidad de su país para militarizarlo y amenazar a Rusia por el Norte. Además, y la cuestión no es baladí, el coro que ha salido en tromba a defender a la finlandesa deja legitimado para el futuro cualquier actuación similar en nuestro país de un presidente o presidenta del Gobierno. Tomo nota.
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