Rasputín II
Grigori Yefímovich Rasputín, personaje relevante e influyente en los últimos días de la familia imperial rusa Románov, ejerció un influjo hasta entonces desconocido en la corte de los últimos zares, gracias a la "sanación" que logró sobre el príncipe heredero Alekséi y su misticismo, que embaucó a su madre. Su madre, la zarina Alejandra, quedó subyugada y desde entonces Rasputín entraba y salía de palacio como "Pedro por su casa".
Mientras la Revolución soviética avanzaba imparable bajo el paraguas del "materialismo dialéctico", Rasputín fortalecía el misticismo y la superchería de un imperio en decadencia.
En la parte pragmática del gobierno y la corte zarista se consideraba que la influencia de Rasputín sobre la zarina era nefasta. Planearon varios intentos de alejamiento y/o asesinato sobre el personaje. Todos fracasaron, hasta que el príncipe Yusúpov y el líder derechista de la Duma acabaron con él y su cadáver fue arrojado al río Nevá.
Poco se ha conocido y hablado de otro Rasputín. Este más moderno y actual, que se ha paseado por el Kremlin en los tiempos en los que el nuevo Zar de todas las Rusias, Putin I, necesitaba referentes ideológicos que fortalecieran su poder y la idea de volver a la Gran Rusia. El patriarca ortodoxo, Kirilli I, cubría el flanco religioso y el "filósofo" Alexander Dugin, el ideológico (Rasputín II).
En el año en el que Rusia se anexionó Crimea y empezó la guerra en Donbás (2014), Alexander Dugin, en una videoconferencia manifestó: "Pienso que hay que matar, matar y matar a los ucranianos. No hay nada más que decir. Como profesor, así lo creo". Años atrás, en los noventa, fundaría el Partido Nacional-Bolchevique (¡!), junto a Eduard Limónov; ambos acuñaron dos ideas que pronto Putin abrazaría: El eurasianismo (el equivalente a la Roma eterna), y Cartago como el equivalente a las democracias liberales. "Cartago debe ser destruida".
La otra gran aportación de Rasputín II tiene nombre propio, "La cuarta teoría política", que resumía la idea de una nueva ideología. Había que superar el liberalismo, el fascismo y el socialismo "recogiendo lo bueno de cada uno de ellos", acompañados de dos instrumentos imprescindibles: la lengua rusa y la religión. Para lo cual había que empezar por eliminar del mapa ese país "inexistente" que es Ucrania. Fue el primero en asegurar que la matanza de Bucha (el pasado marzo) perpetrada por el Ejército ruso fue escenificada por Occidente para "imputar a nuestra amada Rusia como el territorio del mal".
El atentado y muerte de su hija Daria Dugina (atentado dirigido a Rasputín II) ha resucitado al ideólogo de Putin I, quien, últimamente, había manifestado su malestar con el inquilino del Kremlin por no ser más agresivo con Ucrania. Le ha faltado tiempo a Putin para señalar que: "El crimen fue planificado y cometido por los servicios especiales ucranianos" (...) "Ha sido un crimen vil y cruel" (ha utilizado las mismas palabras que hace 20 años, cuando acusó a los chechenos de los atentados terroristas en Moscú... luego los masacró, ¿recuerdan?).
El FSB, antigua KGB, 24 horas después del atentado, acusó a una supuesta militar ucraniana, quien habría cruzado a Rusia junto a su hija de 12 años en un coche con varias matrículas y que luego del atentado habría escapado por Estonia. Las autoridades rusas llegaron a mostrar una grabación de la supuesta espía en primer plano; sin embargo, las cámaras del aparcamiento del festival donde fue colocado el explosivo no funcionaban.
A su vez, un desconocido grupo ruso anti Putin, el "Ejército Nacional Republicano", se atribuía el atentado y aprovechaba para señalar que "Putin será derrocado y destruido". Iliá Ponomariov, expolítico ruso, exiliado en Ucrania, daba credibilidad al comunicado, asegurando que eran los responsables de otros atentados ocultados por Kremlin.
El periodista pro Putin Volodímir Kuznetsov, desde la televisión pública rusa, iniciaba la caza de brujas, "todo transucraniano debe ser considerado un terrorista potencial" y la propia portavoz del Kremlin, María Zajárova, daba un paso más: "Si la investigación rusa hallaba culpable a Kiev, entonces habría que dar un paso adelante".
Mientras tanto, el corazón de Rasputín II lloraba, pero ponía en valor el sacrificio de su hija por la gran Rusia: "Nuestros corazones anhelan algo más que la venganza o la retribución. Es demasiado mezquino, no ruso. Solo necesitamos nuestra victoria. Mi hija puso su vida de doncella en su altar" (...) "Nosotros, nuestro pueblo, no podemos ser quebrados ni siquiera por golpes tan insoportables".
En un país donde la libertad de prensa ha sido laminada, brillan con luz propia empresarios de los medios de comunicación pro Putin, como Konstantín Maloféyev de Tsargrad TV: "Tras el asesinato de Daria, nuestro deber es destruir el arma del mal. Destruir Ucrania como Estado terrorista. No podemos existir en la misma tierra, es imposible coexistir con el mal infernal".
Es imposible no recordar las mismas diatribas, con las mismas palabras y los mismos llamamientos al honroso pueblo ruso que se hicieron hace 20 años, contra los chechenos y que le sirvieron a Putin para emerger como el líder que la alicaída Rusia (en manos de un borrachín como Yeltsin) necesitaba. ¿Qué pasara ahora?... esa es la pregunta.
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