Ellos y nosotros
Uno es sabedor de la relación entre optimismo, autoestima y salud, aunque también haya experimentado en el mundo simpatías, antipatías, zozobras e indiferencias a lo Clint Eastwood. Francis Bacon, el empirista, clasificó los prejuicios en “ídolos de la tribu”, “ídolos de la caverna”, “ídolos del foro” e “ídolos del teatro”. Sin ideales, impera lo acomodaticio y la conveniencia, viniendo casi todo condicionado por nuestros prejuicios defensivos. Así, en materia de pluralismo social, es menester recordar la larga noche de carnicerías intolerantes de la que provenimos y el esfuerzo colosal humanitario por ensanchar nuestro círculo moral de respeto y protección hacia todo ser individual (incluyendo los animales), más allá de nuestro grupo pequeño familiar, parroquiano o social, profesional o de cerradas afinidades. Los Derechos Humanos son fundantes de la convivencia en una sociedad cosmopolita abierta, donde no caben discriminaciones basadas en el odio. Quien niegue la existencia del sexismo, el racismo, la homofobia, la gordofobia, el antisemitismo, la islamofobia, el esnobismo, simplemente vive en otro planeta o alejado de la realidad actual. O tal vez quiera ofrecernos como alternativa una vuelta idealizada a un pasado donde todo el mundo tenía que acatar órdenes de modo unánime y hacer lo mismo, en un marco implacable de miedos al qué dirán. Hoy, esta sociedad del salseo, ruidos y del envase, fabricante literal de toneladas de basura tras desparrames, es sentimentaloide pero cínica, pródiga en fútiles excesos como si no hubiera un mañana. Triunfan el seducir, gustar y emocionar, el “darlo todo” en eventos y espectáculos. El humor sardónico. Incluso los políticos tienen que ejercitarse, gozosos, en el “famoseo”, para seguir en la brecha. Es ético intentar “tragar” a casi toda persona, lleve el pin que lleve, y ser de buena ley. Forma parte de nuestra mente civilizada como especie y de los constitucionales “libre desarrollo de la personalidad” y el ejercicio de los derechos individuales bajo “el imperio de lo efímero”, el miedo a envejecer, un mundo de mascotas y hogares solos. Vivan el fútbol, los coches, la comida y las dietas, los gimnasios, el “wellness” y el Instagram.
Es lo que hay y toca. Lean, si les va la marcha, “Teoría de la clase ociosa”, de T. Veblen.
Mola.
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