¿Queremos ser esclavos?
Es algo que me pregunto frecuentemente y no encuentro las respuestas que me dejen ver la luz al final de un túnel que parece no tener salida.
Lo que se percibe por todos lados son personas que, como yo, creemos vivir en libertad, pero que estamos sometidos, voluntariamente, a una infinidad de normas sociales de convivencia, de exigencias laborales y de tantos y tantos convencionalismos.
No se puede decir que queramos ser esclavos porque no es esa nuestra naturaleza, aunque pueda parecer lo contrario por las costumbres, por la forma en la que planteamos nuestra vida y por la sujeción a un estilo de vida que nos limita y que nos condiciona. Porque, quizá sin saberlo, tengamos, muchos, un punto masoquista. Y yo no soy, en este caso, la excepción.
No tengo nada claro.
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