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Noches toledanas en el Hospital Valle del Nalón

31 de Agosto del 2022 - Carlos Martagón García (Ciaño (Langreo))

El 26 del pasado mes de julio me operaron en la Clínica Begoña de un quiste del cordón (Hidroceles). En un principio todo parecía ir bien, de manera que al día siguiente me dieron el alta con unas mínimas instrucciones. No obstante, de jueves empecé a tener episodios de fiebre que traté con paracetamol y cometí el error de no darle importancia. La fiebre se fue incrementando de forma que el viernes sobre las dos de la tarde intenté ponerme en contacto con Insuas, el equipo de urólogos que me trata desde hace tiempo y que había realizado la operación, para comentar el problema sin conseguirlo.

El sábado 30, aconsejado por un hermano y un amigo, acudo a Urgencias del Hospital Valle del Nalón, donde me hacen varias pruebas, entre ellas un escáner, resultando que se encuentra una infección importante. Pasan esta información al urólogo de guardia, que estaba en su casa, el cual da orden para que me preparen para intervenir esa misma tarde. Debo hacer constar que la atención que me prestó el personal de Urgencias que me atendió -médico, enfermeras, etcétera- fue totalmente satisfactoria. La operación también resultó bien, con lo cual en cuanto me recuperé de la anestesia me subieron a planta.

Me asignaron una habitación compartida con otro enfermo muy mayor, y muy enfermo, con trastorno mental, que se pasaba buena parte del día durmiendo y la mayor parte de la noche armando tal alboroto que era imposible dormir. Todos los esfuerzos de los familiares por tranquilizarlo eran inútiles, lógico por otra parte en esas circunstancias. En un principio creí que era un episodio aislado y me lo tomé con resignación, posteriormente me enteré de que eso sucedía cada noche desde su ingreso quince días antes. Tras manifestar mi protesta al urólogo y a la supervisora que lo acompañaba en la visita matinal accedieron a cambiarlo de habitación tras tres noches casi en vela.

Ese mismo día a la tarde me asignan de compañero otro enfermo mayor que el anterior, con una situación similar, el cual estuvo horas llamando a su hijo para que le cortara el cable de la vía que le habían puesto. La noche transcurrió del mismo modo, salvo pequeños periodos en los que se adormecía. Afortunadamente, había pedido a mi hermano que me trajese unos tapones para los oídos, lo que, junto a las tres noches que había pasado más una pastilla que me facilitó una enfermera, posibilitó que, al menos, pudiera dormir una buena parte de la noche, lo que, según me comentaron a la mañana siguiente, no lograron los pacientes de las habitaciones vecinas.

Me faltó tiempo para aceptar el alta adelantada que me propuso el urólogo que me atendió esa misma mañana. Cuando comenté mi pequeña historia a gente cercana a mí me contaron hechos parecidos que les habían sucedido a ellos o a personas muy cercanas. Evidentemente, con una población tan envejecida como las de las Cuencas no es extraño que se produzcan este tipo de situaciones, lo que me resulta más difícil de aceptar es la pasividad de los responsables, que no ponen solución a este tipo de problemas adoptando un protocolo que evite que esos problemas que generan unos pacientes los sufran otros pacientes que necesitan descansar y tranquilidad para poder recuperarse. Me parece totalmente inadmisible que, quien tiene que poner solución a estos conflictos, delegue en familiares la resolución de esos problemas, especialmente cuando se repiten noche tras noche. Más aun inaceptable me resulta la contestación de la supervisora de que este era un hospital público, como si los pacientes, sea en públicos o privados, no tuvieran derecho al descanso nocturno. Ese argumento retrata a la susodicha y su gerencia.

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