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Besos de amor, palabras al cielo

3 de Septiembre del 2022 - José Antonio Flórez Lozano

“Una sola palabra nos libera de todo el peso y el dolor de la vida: esa palabra es amor". Sófocles (c. 495-406 a.C.).

SUMARIO: Homenaje Mercedes Villaverde Álvarez, fallecida recientemente

DESTACADO: Al despedirme, le di un beso más en la frente y supe que, en aquel preciso instante, me amaba en la fugacidad de un sentimiento compartido

“Quien ama sufre, pero quien no ama, enferma”. Sigmund Freud

Este artículo, el más importante que escribo y escribiré, es un homenaje a mi mujer, Mercedes Villaverde Álvarez, fallecida recientemente víctima de un accidente cerebrovascular muy grave que le fulminó en muy poco tiempo. Cincuenta años de amor, que íbamos a celebrar en los próximos meses con la celebración de las bodas de oro. Por ello, quiero dar testimonio de un sentido respeto a una mujer muy especial y deseo y espero que esta descripción también sea útil para muchas personas, matrimonios o parejas. Son pocas las parejas que pueden presumir de haber compartido varias décadas juntas, con mucho amor. Las que lo consiguen piensan, además, que el tiempo juntos ha sido veloz como un suspiro. Saben que la magia del amor existe y que el cariño sincero con el que se miran y se sonríen resulta enternecedor. Cuando nos conocimos, el flechazo de Cupido fue certero y la llama del amor se encendió y nunca se apagó y enseguida noté un brote espiritual embaucador que cada vez me atraía más y más. Como decía Friedrich Nietzsche, “en el amor hay siempre algo de locura, pero también hay siempre en la locura algo de razón”. Rápidamente fui consciente de que a su lado estaba creando un futuro lleno de ilusión, optimismo y esperanza. Decía Abraham Lincoln que “la mejor forma de predecir el futuro es creándolo”. Y Merce, ¡vaya cómo lo creaba! Su generosidad fluía sin cesar y el amor seguía prendiendo con fuerza e intensidad, ahondando en nuestra razón de ser y de vivir. Por eso entiendo las palabras de Balzac: “Puede uno amar sin ser feliz, puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso”. Y la vida nos sonreía porque disponíamos de un gran elixir: el amor. Como decía el gran poeta R. Tagore, “la vida no es más que la maravilla de existir”, y ella tenía una habilidad especial para conseguirlo. Muchos de nuestros amigos se iban separando y/o divorciando, sin embargo, nosotros cada vez estábamos más enamorados. Solíamos decir: somos una especie en extinción. Y es verdad, según el Instituto Nacional de Estadística, el 52 por ciento de los matrimonios en España no alcanza los diez años de duración. Naturalmente, también teníamos nuestras diferencias y discusiones, pero Merce se ponía las gafas del optimismo y vivía intensamente el momento presente. Solía decir: “Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre nosotros”. Merce rezumaba humildad, sencillez, generosidad, fidelidad, sinceridad, paciencia, altruismo, ternura, esperanza y bondad; así reunía los grandes ingredientes de su personalidad. Solo reconozco un símbolo de su superioridad: la bondad. No conocía la resignación, la impotencia o el desaliento; su receta era muy simple: trabajo, sonrisa, comunicación y vida (mucha vida). Disponía de un talismán invisible: la actitud mental positiva y una fuerza mental arrolladora. No conocía el egoísmo; su esplendor iluminaba su vida. En fin, amor verdadero que endulzaba las cosas cotidianas de la vida, las más sencillas. Dice la Biblia: “El amor es más fuerte que la muerte”. Merce era intrínsecamente amorosa. Le encantaban las relaciones sociales (una gran comunicadora), la cocina, la lectura, la música, el baile, el cine y el teatro. Y ahora toca enfrentarse con la muerte del “ser querido”, con lo más trascendental del ser humano, con lo más profundo y desconocido explorando en la búsqueda del sentido de la vida, después de la pérdida traumática de mi esposa, Merce. Durante varias horas en la habitación de la muerte viendo, rezando, llorando y besucando de continuo a mi esposa… Al despedirme, le di un beso más en la frente y supe que, en aquel preciso instante, me amaba en la fugacidad de un sentimiento compartido; tal vez, sin pretenderlo, le ayudé a cortar el último amarre con la vida; murió a media tarde y en su mano cogida a la mía, un último pensamiento: “Jose (Mirus), gracias por el amor, ha sido una vida maravillosa, volvería a amarte con la misma fuerza”. El viaje era lento, pero se acercaba implacablemente la barca de nácar que la ha de trasladar al cielo. No podría ser a otra parte porque Merce era un manantial de bondad y santidad, con toda su familia, con su única hermana (Ascen), con sus hijos (Nacho, Patri y Alex), con sus nietos (Victoria y Rodri) con los amigos y con cualquier persona. Su estilo de bondad y bonhomía dejó un reguero de recuerdos. Enfermó y resistió con una entereza que me asustaba e impresionaba y remó con fuerza hasta morir en la orilla, hasta llegar a un campo yermo de dolor y sufrimiento incrustado en los tuétanos del alma. Una niebla espesa de soledad me envolvió. Acierta seguramente el Nobel de Literatura José Saramago cuando dice “si uno está solo, la alegría no es nada”. El cielo se cae, lleva cerniéndose sobre mí desde su muerte; un escalofrío en pleno verano, un agujero negro imposible de explicar; el alma se acongoja y no hay espacio mental. Aflicción del corazón y angustia a raudales. Sus ojos azules, color turquesa, parecían el mismo cielo; cuando lloraba temía que sus lágrimas disolvieran el color azul límpido de sus ojos. En fin, como dice Albert Camus, “es imposible vivir sin sentido, pero frente a la desesperación, he encontrado motivos para tener esperanza”. Con Merce, descubrí que la magia del amor existe y que el cariño sincero con el que nos mirábamos resultaba enternecedor. Como decía Delmira Agustini, poetisa uruguaya nacida en Montevideo en 1886, “el amor es la vida”: “Yo no quiero más vida que tu vida / déjame bajo el cielo de tu alma / en la cálida tierra de tu cuerpo”. Sin el amor, no existimos, simplemente vegetamos, nos dejamos llevar por el curso de la vida, sin alimentarnos y disfrutar de la maravilla de nuestra existencia. Con el amor no se muere, se vive plenamente abrazados a la vida. Con Merce, el amor no solo dura toda la vida, sino que se prolonga a la otra. Nuestra vida es una preciosa historia de amor (¡el amor existe!). Hago mías las palabras de Tagore (Nobel de Literatura en 1913), “cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando”. Queridísima Merce, “hoy, igual que siempre caerá la noche y hará frío hasta la madrugada; la neblina se siente y mientras caigo en una penumbra que no sé de dónde viene, donde las luces se van apagando y donde los ruidos se van callando, siento que la rosa del amor va llegando también a mis manos”. Que Dios te acoja en su seno y que despierte tus ojos azules con una sonrisa generosa. Estarás siempre en mi corazón, entre nosotros.

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